18 abril 2024

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Hacia fines de la década de 1930 distintas potencias iban ocupando posiciones en la Península Antártica. Comenzando por Gran Bretaña, que ya en la Real Carta Patente de 1908 se adjudicaba la totalidad de los territorios al sur de los 50º de latitud Sur, con lo cual quedaba comprendida inclusive parte de la Patagonia argentina y chilena. Una nueva Carta Patente, la de 1917, precisó los límites del reclamo antártico británico, estableciéndolo entre los 20º y 80º de longitud Oeste, al sur del paralelo 58º Sur. Durante el verano de 1938/39 –en medio de una situación internacional tensa- comenzaron a desarrollarse expediciones de gran envergadura en el continente blanco, tales como la norteamericana del almirante Byrd, la británica de Rymill y la alemana del profesor Ritscher. Anticiándose a un posible reclamo por parte del Tercer Reich, el gobierno inglés impulsó a Noruega a proclamar su soberanía sobre el espacio relevado por los alemanes: la Declaración del rey Haakon adjudicaba a los nórdicos el área comprendida entre la proyección antártica de las Malvinas y sus Dependencias y el sector pretendido por Australia. En 1940 Chile realizó su propio reclamo mediante un Decreto de su presidente Aguirre Cerdá que definía como “Antártida Chilena” al espacio comprendido entre los meridianos 53º y 90º de longitud Oeste.

¿Y la Argentina? Nuestro país en 1904 se había hecho cargo de unas instalaciones y un observatorio magnético y meteorológico de la expedición escocesa del Dr. Bruce en la isla Laurie del grupo de las Orcadas del sur, denominándola base Orcadas y manteniendo su ocupación de manera permanente desde entonces. Recién en la temporada 1946-47 se creó la segunda base argentina en la Antártida, el Destacamento Naval Melchior, al que se le agregó, al año siguiente, el de la isla Decepción. Pero era preciso asentar la soberanía argentina en la zona de manera más firme, adentrarse en el continente y establecer una presencia permanente que sólo podía ser fruto de una bien meditada estrategia antártica.

Bastante lejos del hielo, en la mesopotámica provincia de Entre Ríos, un 5 de junio de 1904 nacía Hernán Pujato, hijo de don José Diego Pujato y de doña Martina García. Curioso designio del destino, vino al mundo en el mismo año en que comenzaba la presencia permanente de la Argentina en la Antártida, en la misma provincia que el Alférez Sobral y en Diamante, conocido como “la ciudad blanca”, por la particular tonalidad que le da la composición de su suelo. Todo parecía ligarlo al continente blanco…

Cursó estudios primarios en la Escuela Independencia de su ciudad natal y luego se trasladó a Buenos Aires para realizar los secundarios en el Colegio Lasalle. En 1922 ingresó al Colegio Militar de la Nación, del cual egresó en 1926 como Subteniente del Arma de Infantería. Destinado primero al Regimiento 16 de Infantería de la localidad de Uspallata, Mendoza, se capacitó como esquiador militar y adquirió una vasta experiencia de montaña.
Cuenta Pujato:“En diciembre de 1929, siendo teniente, organicé una ascención al cerro Aconcagua. Con los cabos 1ros Oscar Suárez y CarlosTorres alcanzamos los 6.600 mts. de altitud. Un temporal nos impidió hacer cumbre y sufrí lesiones causantes de diversas amputaciones en piezas anatómicas de pies y manos. Felizmente seis meses después pude conquistar la cima”.

En 1935 ingresó a la Escuela Superior de Guerra, egresando en 1938 como Oficial de Estado Mayor. Prestó luego servicios en el Centro de Instrucción de Montaña de Mendoza y como Jefe de Estado Mayor de la Agrupación Patagonia. Es en ese momento en que adquirió conciencia de la necesidad que tenía nuestro país de conocer con profundidad el territorio antártico que nos pertenecía por mandato de la Historia y del Derecho. Ahora, que otras naciones estaban tomando posiciones en el sexto continente, nos debía pertenecer también de hecho.
Al finalizar el año 1946 fue designado agregado militar argentino en Bolivia. Una visita oficial realizada por el presidente Perón a dicho país en 1948 fue la excelente ocasión para que Pujato pudiera exponer sus planes antárticos ante el más alto nivel de decisión política nacional. Ante la buena acogida por parte del mandatario, Pujato elevó un proyecto al Ministerio de Guerra consistente en una expedición que incluiría un avión para remolcar un planeador, pero la respuesta al mismo fue que los requerimientos logísticos planteados excedían las posibilidades de la Marina.
Pujato no se desanimó y comenzó a realizar cursos en el extranjero a fin de mejorar su aptitud profesional de cara a la campaña que se hallaba diferida sin fecha. Así desarrolló el “Curso de Supervivencia Polar” en el Artic Indoctrinations School, de Alaska, para el cual recibió una suma de dinero del Estado que no era suficiente para la adquisición de los equipos y perros polares, los cuales fueron pagados de su propio bolsillo. Estos primeros perros dieron origen a las grandes jaurías que habitaron las bases antárticas hasta bien entrados los años noventa.

Al regresar solicitó participar de los ejercicios invernales que realizaría el ejército sueco en 1950 al norte del Círculo Polar Ártico, que le brindaron una excelente oportunidad para reforzar sus conocimientos sobre la vida invernal polar. Paralelamente un grupo de hombres se hallaba recibiendo adiestramiento en Copahue, pero un violento temporal de viento y nieve les había costado la vida a dos oficiales y un soldado. “Su sacrificio no fue en vano”, se juramentó Pujato.

Por fin en septiembre del mismo año fue convocado por el Presidente Perón, quien le manifestó su respaldo para que se realizara la Expedición Científica Polar, debatida y aprobada por el gabinete. Esta no sería sino la primera fase de una estrategia integral que comprendía cinco puntos: presencia efectiva del Ejército en el lugar para promover la conciencia antártica; creación de un organismo científico específico (que luego sería el Instituto Antártico Argentino); fundación de un poblado, con familias y chicos; adquisición de un rompehielos y, por último, alcanzar el Polo Sur.

Ahora quedaba por resolver una serie de complejidades logísticas tales como la construcción de una casa-habitación, depósitos, la instalación de un equipo de radio, grupos electrógenos, la provisión de instrumental científico y meteorológico, insumos varios y, sobre todo, el transporte por barco hasta el lugar de destino. Para ello se solicitó la colaboración de la Marina.
Todo debía estar listo en un plazo perentorio porque la expedición debería hacerse a la mar, a más tardar, para mitad de febrero. Pero como el tiempo transcurría y las soluciones no se producían, Pujato recortó drásticamente sus requerimientos y se limitó a solicitar un buque de la Armada para transportar a todo el personal y los equipos hasta Bahía Margarita.

Los oficiales navales, poco convencidos, propusieron a principios de enero limitar las actividades previstas durante esa temporada a una simple inspección con miras a futuras expediciones. Pujato, exasperado, pensó en otra solución: conseguir un buque por su cuenta, lo cual no sería nada fácil. Su hombre de confianza, el Capitán Jorge Mottet, recorrió a pie la Avenida de Mayo visitando una por una las oficinas de las empresas navieras: “llévennos al sur del Círculo Polar, a los peligrosos y traicioneros mares que han visto fracasar a los más intrépidos expedicionarios del mundo, y no sé cómo se lo vamos a pagar”, evocaría años después (1). Luego de que todos sus interlocutores lo hubiesen escuchado con incredulidad –cuando no con sorna- , cuando ya parecía todo perdido, los hermanos Pérez Companc pusieron un buque a su disposición negándose a cobrar un centavo.

La partida del Santa Micaela rumbo a la Antártida.

El 12 de febrero de 1951 zarpaba del puerto de Buenos Aires el Coronel Hernán Pujato con toda su expedición a bordo del buque “Santa Micaela”, que había sido convenientemente remozado. El presidente Perón, su esposa Evita y una ferviente multitud les dieron una majestuosa despedida.

Al cabo de una peligrosa travesía en la que estuvieron a punto de naufragar, arribaron a Bahía Margarita y emplazaron la Base San Martín, primera estación científica continental argentina y por entonces la más austral del mundo. La cabeza de playa para la conquista de la Antártida Argentina quedaba asegurada.
Al año siguiente el Capitán Jorge Leal, siguiendo instrucciones de Pujato, fundó en el norte de la península la Base Esperanza, con vistas a instalar allí un poblado. Así conferenciaba Pujato en el Instituto Antártico: “…contribuirán a sostener y reforzar nuestra soberanía los argentinos que pongan sus pies en esa región de la Patria, y al decir argentinos involucro especialmente a las argentinas, que siempre nos dieron muestras de abnegación patriótica… [es un voto expreso] que en fecha cercana haya argentinos nacidos en esas regiones. Esos niños serán los más grandes títulos de nuestros derechos” (2). Por esos días se produjo un intercambio de fuego con personal de unidades navales británicas que nos disputaban el área.

“Hemos querido que sobre esas tierras comenzasen actividades argentinas
que nos diesen, con la familiaridad de su permanente ocupación,
una impresión y una situación de vida argentina en territorio argentino”.
(Pte. Juan Perón, discurso pronunciado el 21 de mayo de 1952 en el Instituto Antártico)

Mientras invernaba en la Base San Martín, Hernán Pujato fue ascendido a General de Brigada. Sus insignias le fueron enviadas dentro de un paquete con provisiones que fue arrojado en paracaídas por un vuelo al mando del Vicecomodoro Marambio, dado que la densidad de los hielos marinos había impedido realizar relevos ese año. La necesidad de un rompehielos se volvía acuciante.

Como los ministros habían considerado muy onerosa la compra del imprescindible buque, una nueva gestión de Pujato permitió adquirir a bajo costo una nave en un astillero alemán. Era el primero en ser botado en ese astillero luego de la guerra y sería el primer rompehielos argentino: el ARA Q4 “General San Martín”, apodado cariñosamente “el sapo”. Transportó los pertrechos necesarios para el emplazamiento de la Base Belgrano I como escalón avanzado al Polo y sirvió a las dotaciones antárticas durante un cuarto de siglo, hasta ser reemplazado por el ARA Q5 “Almirante Irízar”.

Ya en la flamante base, Pujato recibió los despachos de General de División y comenzó a realizar vuelos escalonados en dirección al Polo junto al Sargento Primero Julio Muñoz, en los cuales iban dejando depósitos con combustibles señalizados con banderolas, a fin de poder penetrar cada vez más lejos. En estas misiones relevaron unos 105.000 km. cuadrados, bautizando con nombres argentinos los accidentes geográficos cartografiados: Cordillera Diamante (ciudad natal de Pujato), Montañas Rufino (lugar de nacimiento de Muñoz), Glaciar Sargento Cabral, Planicie San Lorenzo, Pico Santa Fe, Glaciar Falucho, Meseta Ejército Argentino, etc.

El General Pujato con su equipo de vuelo

A los 83º 10’ de latitud Sur la avioneta Cessna de Pujato, con formación de hielo en el carburador, intentó un anevizaje de emergencia, pero el fenómeno óptico del “blanqueo” le hizo perder la línea del horizonte y se precipitó a tierra. Milagrosamente, él y su mecánico salvaron sus vidas y pudieron ser rescatados por el Beaver de Muñoz y su ayudante. Los cuatro hombres formaron, cantaron el Himno Nacional y emprendieron el regreso, por considerar que no podrían llegar al Polo con un solo avión. Aquel paraje fue bautizado Aeródromo Ceferino Namuncurá, en agradecimiento al beato que había sido nombrado Protector de los Vuelos Antárticos y cuya estampa habían puesto en el panel de comando del Cessna accidentado.

La presencia nacional en el sexto continente iba quedando firmemente establecida, pero en la Argentina americana ya habían comenzado los trágicos desencuentros que condujeron a la caída del gobierno de Perón. Las condecoraciones que éste había otorgado al héroe antártico ahora le iban a jugar en su contra, y Pujato fue llamado a comparecer por las nuevas autoridades, que lo habían sumariado injustamente por un supuesto mal manejo de fondos del Instituto Antártico, del cual era Director. Entregó todas las cartas topográficas con el detalle de sus descubrimientos pero los militares liberales, en vez de denunciarlos ante la Sociedad Geográfica Internacional, los ocultaron comprometiendo el interés nacional. Gracias a esa traición de lesa patria, hoy la toponimia de aquellas regiones figura en los mapas con voces anglosajonas.

El patriota que había consagrado su vida a asegurar los confines australes para el patrimonio de la Argentinidad, el montañista recio que no retrocedía ante el clima más riguroso de la Tierra, había sido vencido no por los hielos eternos, no por las potencias extranjeras, sino por quienes gobernaban ahora su país.
Pidió el pase a retiro y se ausentó por un tiempo. No había podido alcanzar el Polo Sur, pero ya había encontrado quien pudiese terminar lo que él comenzó: el Coronel Jorge Leal. (3).

A fines de 1982, cuando una poderosa Fuerza de Tareas británica se aprestaba a atacar las islas Malvinas, un general retirado de 78 años se presentó al comandante del Ejército ofreciéndose como piloto para estrellarse con un avión cargado de explosivos contra el buque insignia del enemigo. Los militares, abrumados por el gesto, rechazaron cortésmente el pedido.

Hernán Pujato falleció el 7 de septiembre de 2003 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, a los 99 años de edad.

Los restos del General Pujato fueron llevados a la Base Gral. San Martín en el año 2004
-al cumplirse cien años de presencia argentina ininterrumpida en la Antártida-, según su expresa voluntad

Agradecemos al Sr. Pablo Crocchi por los valiosos datos que nos brindó para la elaboración de esta reseña.

(1) Mottet, Jorge Julio. Reminiscencias, Buenos Aires, Edivern, 2003.

(2) Conferencia pronunciada el 21 de mayo de 1952 en el Instituto Antártico Argentino. De un modo totalmente farisaico, los británicos han cuestionado repetidamente la legitimidad de esta política a través de documentales y materiales impresos, olvidando el modo en que ellos mismos implantaron una población anglosajona en las Malvinas –los kelpers-, para los cuales reclaman un absurdo “Derecho de Autodeterminación”. La diferencia sustancial entre ambos casos radica en que éstos no constituían, obviamente, la población original de las Malvinas, la cual era de origen hispanocriollo. Las familias argentinas de Base Esperanza no tuvieron que expulsar a nadie para asentarse.

(3) Ver: Coronel Jorge Leal

Fuente: http://www.niunpasoatrasppr.com.ar/galeria/pujato.htm