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El Anticristo. Sermones del Cardenal Newman Parte II


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10/06/2015

John Henry Newman, (Londres, 21 de febrero de 1801 - Birmingham, 11 de agosto de 1890) fue un presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845, más tarde fue elevado a la dignidad de cardenal por el papa León XIII y beatificado en 2010 en una ceremonía que presidió el Papa Benedicto XVI en el Reino Unido.

CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN

Trad. R.P. Carlos A.Baliña

SEGUNDO SERMÓN: LA RELIGIÓN DEL ANTICRISTO (AUDIO)

San Juan nos enseña que “todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es el espíritu del Anticristo, que ya está en el mundo”(1). La característica del Anticristo será negar abiertamente que nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios venido en carne desde el Cielo. Esta descripción le conviene tan exacta y completamente, que negar a Cristo puede propiamente ser llamado el espíritu del Anticristo, e incluso puede decirse de sus negadores que poseen el espíritu del Anticristo, que son como el Anticristo, que son Anticristos. Lo mismo se afirma en un capítulo posterior. “¿Quién es el Mentiroso, sino aquel que niega que Jesús es el Cristo? Él es el Anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Quienquiera niega al Hijo también niega el Padre”(2). De lo cual podría deducirse que el Anticristo será conducido del rechazo del Hijo de Dios al completo rechazo de Dios, tanto implícita como prácticamente.

Haré ahora algunas observaciones adicionales acerca de las señales características del predicho enemigo de la Iglesia, y como antes, me limitaré a la interpretación de la Escritura dada por los primeros Padres.

Mi razón para obrar de este modo es simplemente la siguiente; en una cuestión tan difícil como lo es una profecía incumplida, no me posible realmente tener una opinión propia, ni es deseable que la tenga, o por lo menos que la exprese de modo formal. La opinión de cualquier persona, aunque fuese la más para hacerlo, tendría casi ninguna autoridad, ni se justificaría el formularla por sí misma. Por el contrario, los juicios y perspectivas de la Iglesia primitiva merecen nuestra especial atención, puesto que, por lo que sabemos, pueden muy bien proceder de tradiciones de los Apóstoles y porque son expresados en forma mucho más consistente y unánime que los de cualquier otro conjunto de maestros. Por tanto estas opiniones tienen más derecho de reclamar nuestra atención que las de otros escritores, cualesquiera sean sus títulos: y si éstos son de poca monta, los de los otros son aún menores.

En rigor, solamente el claro cumplimiento de las profecías puede reclamar nuestra entera adhesión en esta materia. Si viésemos todos los signos de la profecía cumplirse en la pasada historia de la Iglesia, entonces sí podríamos dispensarnos de considerar la autoridad de aquellos que nos presentasen las pruebas. Esta condición, sin embargo, difícilmente puede satisfacerse, puesto que la venida del Anticristo es cercana a la venida de Cristo como juez; por consiguiente, el hecho ha tenido lugar bajo circunstancias que pueden ser invocadas como pruebas. Tampoco puede presentarse ningún hecho histórico que reúna todas las señales del Anticristo claramente, aunque algunas se hayan cumplido en ciertas ocasiones. Por tanto, sólo nos resta acudir al juicio de los Padres (si es que debemos seguir alguna opinión, y si debemos aprovecharnos de todas las advertencias que la Escritura nos ofrece concernientes al mal que se aproxima), sea que éste posea especial autoridad en este tema no. Ya he recurrido a ellos y lo volveré a hacer ahora. Continuemos, pues, con este tema, con los antiguos Padres como guías.

1

Parece claro que San Pablo y San Juan hablan del mismo enemigo la Iglesia, dada la similitud de sus descripciones. Ambos afirman que su espíritu ya estaba obrando en sus días. “Ese espíritu del Anticristo -San Juan- ya está en el mundo”. “El misterio de iniquidad ya está obrando”(3), dice San Pablo. Y ambos describen al enemigo como caracterizado por el mismo pecado especial: la abierta infidelidad. San Juan que “él es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”(4); mientras que San Pablo habla de él similar modo, como “el adversario y el rival de todo lo que se dice Dios o es adorado”, y que “se sentará en el templo de Dios, proclamándose a sí mismo como Dios”(5). En ambos pasajes es descrita la misma negación blasfema de Dios y de la religión; mas San Pablo añade que se opondrá a toda religión existente, verdadera o falsa: “todo lo que se dice Dios o es adorado”.

Pueden citarse otros dos pasajes de la Escritura, prediciendo la misma temeraria impiedad. Uno pertenece al capítulo undécimo de Daniel: “El rey obrará conforme a su voluntad, y se exaltará a sí mismo, se ensalzará por encima de todo dios, y hablará palabras arrogantes contra el Dios de los dioses, y prosperará hasta que se haya colmado la ira (...) No respetará al Dios de sus padres, ni tampoco a la [divinidad] predilecta de las mujeres, ni hará caso de ningún dios, puesto que se ensalzará por encima de todo”(6).

El otro pasaje no poseería más que un tenue matriz profético en sí mismo, si no fuese por el hecho de que todos los dichos de nuestro Salvador poseen significado profundo, y particularmente este último, de acuerdo a los Padres. “Yo he venido en Nombre de mi Padre, y vosotros no me habéis recibido; si otro bien en su propio nombre, a ese lo recibiréis”(7). Ellos consideran esto como una alusión profética del Anticristo, a quién los Judíos confundirán con el Cristo. En vendrá “en Su propio nombre”. El Anticristo no vendrá de Dios, sino en su propio nombre, sin pretender haber recibido misión alguna de Dios, por una blasfema asunción del poder divino.

A los pasajes citados deben agregarse aquellos que hablan en general de las impiedades de la última edad del mundo, impiedades que podemos creer prepararán la venida del Anticristo y se consumarán en él: “Muchos andarán errantes aquí y allá y el conocimiento se incrementará (...) Muchos serán purificados y blanqueados y probados pero los malvados seguirán obrando mal, y ninguno de los malvados entenderá, mas los sabios entenderán” (8). “En los últimos días sobrevendrán tiempos peligrosos, pues los hombres serán amadores de sí mismos, codiciosos, jactanciosos, orgullosos, blasfemadores, desobedientes a sus padres, desagradecidos, malvados, desnaturalizados, implacables, calumniadores, incontinentes, despreciadores de los buenos, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de sí mismos que Dios, con apariencia de piedad mas negando su eficacia”(9); “burladores guiados por sus propias pasiones, que dirán: ¿Dónde queda la promesa de Su venida?(10), “despreciadores de la autoridad, presuntuosos (...) autosuficientes, sin temor de insultar a las dignidades (…) que prometerán libertad a los hombres, mientras que ellos serán esclavos de la corrupción”(11), y cosas por el estilo.

2

Ya hecho mención de los judíos; sería bueno establecer que se afirmaba en la primitiva Iglesia acerca su relación con el Anticristo.

Nuestro Señor predijo que muchos vendrían en Su nombre, diciendo “Yo soy el Cristo”(12). El castigo de los Judíos es el de los incrédulos de todo tipo: habiendo rechazado al verdadero Cristo, recibirán a uno falso; el Anticristo será el perfecto y consumado seductor, en relación con el cual todos los anticristos previos son aproximaciones, de acuerdo con las palabras ya citadas: “Si otro viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis”. Del mismo tenor son las palabras de San Pablo luego de describir el Anticristo: “cuya venida estará señalada (...) con todo tipo de prodigios engañosos y maldades que seducirán a lo que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la Verdad que les hubiera salvado. Y por esta causa Dios les enviará un poder seductor que les hará creer en la mentira, para que sean condenados todo cuántos no creyeron en la Verdad y prefirieron la iniquidad”(13).

Por consiguiente, considerando que el Anticristo pretenderá ser el Mesías, desde antiguo se admitió por tradición que él sería de raza judía y que observarán los ritos judíos.

Inclusive, San Pablo dice que el Anticristo “se sentará en el Templo de Dios”(14), esto es, de acuerdo con los antiguos Padres, en el Templo Judío. Las mismas palabras de Nuestro Salvador pueden ser empleadas, para apoyar esta doctrina puesto que Él habla de la “Abominación de la Desolación” (expresión que, sea cual sea el sentido que se le dé, denota en su sentido pleno al Anticristo), “instalada en el lugar santo”(15). Más aún, la persecución de los testigos de Cristo por el Anticristo realizará, es descrita por San Juan como teniendo lugar en Jerusalén. “Sus cadáveres yacerán en las calles de la gran ciudad (que es llamada espiritualmente Sodoma y Egipto), donde también nuestro Señor fue crucificado”(16).

Es necesario hacer ahora una observación. Supongo que, a primera vista, no podemos considerar que se pueda extraer demasiada evidencia de Texto Sagrado acerca de la relación del Anticristo con lo judíos o con su Templo. Es por eso algo remarcable que el emperador Juliano el Apóstata, quien fue un “tipo” del gran enemigo, haya tenido relación con judíos y haya comenzado a reconstruir su Templo. Así, la historia es una especie de comentario de la profecía, y sostiene y reivindica aquellas antiguas interpretaciones a las cuales me estoy refiriendo. Por supuesto, debe entenderse que esta creencia de la Iglesia de que el Anticristo estaría conectado con los judíos, fue expresada mucho tiempo antes de la época de Juliano, y todavía poseemos las obras que se refieren a ella. De hecho, poseemos los escritos de dos Padres, ambos obispos y mártires de la Iglesia, quienes vivieron por lo menos ciento cincuenta años antes de Juliano, y menos de cien años luego de San Juan. Ambos refieren claramente la relación del Anticristo con los judíos.

El primero de ellos, Ireneo, habla de este modo: “El adversario se sentará en el Templo que está en Jerusalén, intentando mostrarse a sí mismo como el Cristo”(17).

El segundo, Hipólito: “El Anticristo será aquel que resucitará el reino de los Judíos” (18).

Es tanto más notable que la reciente Sombra del Anticristo, la cual nosotros o nuestros padres hemos visto aparecer, como por una suerte de fatalidad tomó partido por los judíos (los que le recibieron prácticamente como su Mesías) y, correteando por sus alrededores, fue irresistiblemente atraído por la Tierra Santa que la Iglesia primitiva tenía por la futura escena de las gestas del Anticristo (19).

3

A continuación, podemos preguntarnos si el Anticristo profesará por ser algún tipo de religión. No adorará al Dios verdadero ni a ningún falso dios, esto claro; pero algo más se nos dice acerca de esto, aunque en forma oscura. De hecho, acerca de esta cuestión los relatos proféticos parecen inconciliables entre sí. El Anticristo “se exaltará a sí mismo sobre todo lo que es llamado Dios o adorado”(20). Se opondrá vigorosamente a los ídolos y a la idolatría, tal como los primeros escritores cristianos coinciden en afirmar. Sin embargo, en el libro de Daniel leemos: “En sus dominios venerará al Dios de las fortalezas y honrará con oro y plata, y con joyas y objetos preciosos, a un dios que sus padres no conocieron. Atacará a los lugares fortificados con dios extraño, al cual él reconocerá y colmará de gloria”(21). No sabemos a ciencia cierta qué se quiere significar con la palabras “dios de las fortalezas”, y luego “un dios extraño”; incluso es probable que esto permanezca oculto hasta el momento en que sucedan estos hechos. Pero de cualquier modo, ciertamente está predicho que alguna clase de falsa adoración será la marca del Anticristo, como asimismo el hecho aparentemente contrario de que se opondrá a todos los ídolos, como también el verdadero Dios. Ahora bien, no es del todo extraordinario que exista está con contrariedad en la profecía, puesto que sabemos que generalmente la infidelidad lleva la superstición, y que los hombres más temerarios en sus blasfemia son también cobardes en lo que respecta al mundo invisible. No pueden ser coherentes aunque lo quisieren.

Mas permítaseme remarcar acá una notable coincidencia, perteneciente a la historia de esa especie de sombra o tipo de apostasía final que aterró al mundo hace cuarenta o cincuenta años, una coincidencia entre sucesos históricos y profecía suficiente como para mostrarnos que la aparente contradicción en esta cosa más suelta con facilidad, aunque de antemano no se vea cómo; suficiente para recordarnos que el ojo de Dios que todo lo observa y su mano que todo lo ordena aún se encuentran posados sobre el mundo, y que las semillas plantadas en la profecía hace más de dos mil años, no están muertas, sino que de tiempo en tiempo, por medio de pequeñas hojas y tiernos brotes, dan prendas de la futura cosecha. Sin lugar a dudas, el mundo se encuentra impregnado con los elementos del mal preternatural, los cuales de vez en cuando, en malas temporadas, dan muestras balbucientes aunque amenazadoras de la ira que se aproxima.

En aquella grande y famosa nación enfrente nuestro, una vez grande por su amor a la Iglesia de Cristo, aunque memorable por los hechos de blasfemia que me llevan aquí a mencionarla, por los cuales deben ser hoy compadecida, y por la que debe rezarse -la cual ha sido bajo muchos aspectos nuestro modelo, y que ha sido seguida en aquello por lo que debió haberse rechazado y admirada en aquello por lo que debió sido excusada-; en la capital de esa poderosa y celebrada nación, en los últimos cincuenta años, tuvo lugar, como todos bien sabemos, una abierta apostasía del Cristianismo; no del Cristianismo solamente, sino también de toda forma de adoración que pudiese retener alguna similitud o lejana apariencia con las grandes verdades de la religión. El ateísmo fue profesado en forma absoluta, y aunque parezca una contradicción en los términos, una cierta clase de culto fue introducido, o utilizando los términos de la profecía “un juguete extraño”. Observemos cómo fueron los hechos.

Por un lado, hicieron profesión de ateísmo. Indujeron a un desgraciado hombre, al cual habían forzado a la Iglesia a aceptar como arzobispo, a declarar en público que Dios no existía, y que todo lo que había enseñado hasta entonces era una fábula. Hicieron grabar en las tumbas que la muerte era un sueño eterno. Cerraron las iglesias, robaron y execraron los vasos sagrados de oro y plata de las mismas, utilizándolos como Baltazar en su festines impíos (22); hicieron parodias de procesiones, vestidos con ornamentos sagrados y cantando himnos profanos. Abrogaron el sacramento del matrimonio, reduciéndolo a un mero contrato civil, revocable voluntad. Estas son sólo algunas de las enormidades que cometieron.

Por otra parte, habiendo todo roto todo límite con respecto a lo divino y lo humano, dieron un nombre a aquel el estado al cual se habían arrojado a sí mismos, y exaltaron esa misma negación de religión, o mejor, esa blasfemia viviente, a la condición de un dios. La llamaron Libertad, y literalmente la adoraron como a una divinidad. Parecía increíble que aquellos mismos hombres que se desembarazaron de toda religión terminasen adornando, en son de burla o por superstición, una nueva insensata deidad de su inversión, si no fuese porque los sucesos son tan recientes y notorios. Luego de abjurar de Nuestro Señor y Salvador, y de haberlo declarado blasfemamente de impostor, procedieron decretar en la asamblea pública de la nación la adoración de la Libertad y de la Igualdad como divinidades, además proclamaron fiestas en honor de la Razón, la Patria, la Constitución y las Virtudes. Más aún, determinaron que dioses tutelares, e incluso hombres muertos, pudiesen ser canonizados, consagrados y adorados; incluyeron en esta lista a algunos de los más notorios infieles y libertinos del siglo pasado. Los restos de los dos principales fueron llevados en solemne procesión hasta una de sus iglesias y depositados en el mismo altar, se quemó incienso en su nombre y la multitudinaria asamblea se postró en señal de adoración ante uno de ellos, ante lo que quedaba en la tierra de un inveterado enemigo de Cristo (23).

Ahora bien, no menciono todo esto considerándolo como el cumplimiento de la profecía, ni si quiera como si el verdadero cumplimiento de la misma fuese a darse de este modo, sino simplemente para señalar que, en los últimos tiempos, los sucesos históricos nos han mostrado que existen modos de cumplimiento de vaticinios sagrados que a primera vista parecen contradictorios; que los hombres pueden oponerse a toda forma de culto, verdadera o falsa, y sin embargo crear una religión propia por orgullo, capricho, política, superstición, fanatismo, o cualquier otra razón.

Debe incluso remarcarse una tendencia de esta gente infatuada a introducir el antiguo culto democrático romano, mostrándonos de este modo que el cuarto monstruo de la visión del profeta no está muerto. Incluso llegaron tal tan lejos como para restaurar el culto de una divinidad romana (Ceres) por su nombre, erigirle una estatua y establecer una fiesta en su honor. Esto es ciertamente inconsistente con su pretensión de exaltarse a sí mismos “por encima de todo lo que he llamado dios”; sin embargo, menciono este hecho no para arrojar luz acerca de la profecía, sino para mostrar que el espíritu de la antigua Roma no ha desaparecido del mundo, su nombre esté casi extinguido.

Más aún, es sorprendente observar que la apóstata de los primeros tiempos, el emperador Juliano, también se abocó la restauración del paganismo romano.

Notemos inclusive que también Antíoco, el Anticristo antes de Cristo, el perseguidor de los Judíos, se caracterizó a sí mismo por pretender imponerles el culto pagano, introduciéndolo aún en el templo.

No sabemos qué es lo que ha de venir, pero podemos prudente de conjeturar que, si bien es improbable que el paganismo sea públicamente restaurado e impuesto por la fuerza, aunque sea por un lapso tan corto de tiempo o tres años y medio, esto es menos improbable en la actualidad que hace cincuenta años, cuando todavía no habían ocurrido los hechos de los que he hecho mención. ¿Quién no hubiese sido considerado un loco o un idiota de haber conjeturado entonces un retorno al paganismo, como de hecho tuvo lugar?

4

Volvamos ahora a los Santos Padres y veamos si sus predicciones se corresponden con los hechos ocurridos posteriormente.

El Anticristo, según ellos, provendrá del Imperio romano precisamente en el momento de su destrucción. En sus últimos días, el Imperio romano se dividirá en diez partes y el Enemigo surgirá repentinamente por encima de éstos, subyugará a tres, o quizás a los diez, y, como dice el profeta, “proferirá” palabras arrogantes contra el Altísimo, oprimirá a los santos del Altísimo y pretenderá mudar los tiempos y las leyes; y ellos serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y la mitad del tiempo”(24). Ahora bien, es digno de destacar que uno de los dos Santos Padres que ya he citado, Hipólito, dice expresamente que los diez estados que entonces aparecerán, aunque reinos, serán también democracias(25). Considero esto digno de ser destacado, dado el presente estado del mundo, la tendencia general hacia la democracia, y el ejemplo de la misma que nos fue dado en Francia hace cincuenta años, durante los sucesos a lo que nos hemos hecho referencia.

Según otra predicción de la Iglesia antigua, el monstruo romano, luego de permanecer dormido durante siglos, se despertará al fin de los tiempos y será restaurado en todas sus leyes y formas; y esto también es digno de ser destacado, considerando los sucesos referidos. El mismo Padre que anticipa el advenimiento de las democracias, deduce de un pasaje el capítulo XIII del Apocalipsis, que “el sistema de Augusto, quién fue el fundador del Imperio romano será adoptado establecido por él [el Anticristo] para su propio engrandecimiento y gloria. Este es el cuarto monstruo cuya cabeza fue herida y sanada, el la cual el Imperio fue destruido y reducido a la nada y dividido en diez diademas. Pero en este punto el Anticristo, siendo un hombre de astutos recursos, los sanará y restaurará; de tal modo de recuperar su actividad y vigor por medio del sistema que él establecerá.

Quisiera hace notar otra predicción relacionada con este restablecimiento del poder romano, formulada por los dos Padres que he estado citando, y concerniente al nombre del Anticristo según el capítulo XIII del Apocalipsis: “He aquí sabiduría -dice el texto inspirado-, aquel que tenga entendimiento haga el cómputo del número de la bestia, puesto que es un número de hombre; su número seiscientos sesenta y seis” (27). Tanto Ireneo como Hipólito dan un nombre, cuyas letras en griego dan como resultado este número; el nombre es Latinus, o rey Latino, característico de la posición del Anticristo como cabeza del imperio romano restaurado

Ireneo dice lo siguiente: “Sabed que el imperio efímero será dividido entre diez reyes; luego cuando estén reinando y comenzando a consolidar su posición y engrandecimiento, de improviso uno surgirá y reclamará para sí el reino, aterrándolos; su nombre contendrá el número predicho (666) y será reconocido como la abominación de la desolación” (28). A continuación menciona el nombre Lateinos, junto con otras dos palabras, como correspondientes al número y comenta “Esto es muy probable, dado que éste es el nombre del antiguo imperio, pues los Latinos (esto es, los romanos) reinan actualmente”(29). Ireneo añade que él personalmente prefiere una de las otras dos palabras (39).

En cuanto a Hipólito: “Puesto que (…) la herida de la primera bestia fue sanada (…) y es claro que los Latinos son ese imperio, en consecuencia él es llamado el Rey Latino (Latinus), pasando así el nombre del imperio a un individuo” (31).

No podemos saber si esta predicción se cumplirá o no. Simplemente la menciono para mostrar la creencia de los Padres en la restauración y restablecimiento del Imperio romano, lo cual ciertamente ha sido intentado desde entonces más de una vez.

En conjunto, parece entonces que en lo que respecta al testimonio de la primitiva Iglesia, el Anticristo será una abierto blasfemador, opuesto a todo culto existente, verdadero o falso; un perseguidor, un protector de los judíos y restaurador de su culto, e incluso el autor de una clase de culto. Además aparecerá súbitamente, hacia el fin mismo del Imperio romano, que una vez existió y ahora está dormido; lo unificará e injertará su judaísmo y su nuevo culto (posiblemente un tipo de paganismo) bajo la antigua disciplina de César Augusto; en consecuencia, se atribuirá el título de Rey romano o latino, como la mejor expresión de su posición y carácter; finalmente desaparecerá súbitamente como apareció.

5

Con relación a todo esto, quiero insistir en que no deseo pronunciarme acerca de si la primitiva Iglesia estaba en lo cierto o no en estas predicciones, aunque lo sucesos posteriores han tendido fuertemente a corroborar sus interpretaciones de las profecías escriturísticas.

Sin embargo, alguien podría preguntarse qué utilidad tiene hablar de las cosas, así son dudosas.

Contesto que, en primer lugar, que no deja de ser provechoso tener en cuenta que todavía nos encontramos en lo que puede ser llamado un sistema milagroso. No quiero decir que verdaderos milagros estén actualmente ocurriendo todos los días, sino que nuestro presente estado de cosas forma parte de un curso providencial, que comenzó en forma milagrosa y que, al fin de los tiempos, si no antes, culminará milagrosamente. Las predicciones particulares más arriba detalladas pueden ser verdaderas o falsas, pero un Anticristo, quienquiera y como quiera que sea, vendrá; el antiguo Imperio romano no se ha extinguido; Satanás, si está encadenado (32), lo estará sólo por un tiempo; el combate entre el bien y el mal no ha concluido.

Quiero insistir en esto: en el presente estado de cosas, cuando el gran objetivo de la educación es aparentemente el desembarazarse de lo sobrenatural, cuando nos sentimos tentados a burlarnos y reírnos de la fe en lo que no vemos, cuando se nos enseña a dar cuenta de todo por medio de hechos conocidos y verificados, a examinar cada afirmación por medio de la piedra de toque de la experiencia, no puedo dejar de pensar que esta visión del Anticristo, como un poder sobrenatural por venir, es un don providencial como contrapeso de las malignas tendencias de la época.

Además sin lugar a dudas, es provechoso para nuestro pensamiento el desplazarse hacia atrás y hacia delante, a los comienzos y a la culminación de los tiempos evangélicos, a la primera y la segunda venida de Cristo. Lo que deseamos es comprender que nos encontramos en la misma situación los primeros cristianos, con la misma alianza, el mismo ministerio, los mismos sacramentos y obligaciones; tomar conciencia de un estado de cosas muy lejano en el pasado; sentir que vivimos en un mundo pecador, un mundo ha sentado en la iniquidad; discernir nuestra posición en él, que el reproche y el sufrimiento son nuestra parte, de tal modo que no debe “parecernos extraño” si se lanzan sobre nosotros, sino más bien una graciosa excepción si no lo hacen; tener nuestros corazones despiertos, como si hubiéramos visto a Cristo ya sus Apóstoles y sus milagros, despiertos a la esperanza y la esperanza de Su segunda venida, aguardándola y, aún más, deseando ver sus señales; meditando mucho y a menudo acerca del Juicio que se acerca, penetrando en el pensamiento de que seremos individualmente juzgados

Todos estos son actos una fe verdadera y sal y salvífica. Por tanto, un efecto saludable de la lectura del libro del Apocalipsis y de las otras partes proféticas de la Sagrada Escritura -sin duda muy distinto de nuestro conocimiento de su verdadera interpretación- es precisamente arrancar el velo que cubre nuestros ojos, levantar el manto que cubre la faz del mundo y así, día tras día, en nuestras idas y venidas, al levantarnos y acostarnos, mientras trabajamos, descansamos y nos entretenemos, permitirnos ver el Trono de Dios presente en medio nuestro, Su majestad y Sus juicios y la continua intercesión de Su Hijo por sus elegidos, por sus pruebas y su victoria.

Que Dios (33) nos conceda a todos avanzar por la fe y no por la visión, y de vivir en el pasado y el futuro, y no en el presente.

John Henry Cardenal Newman, "Cuatro Sermones sobre el Anticristo", Ediciones del Pórtico, Buenos Aires, 1999. Traducción, prólogo y notas R. P. Carlos A. Baliña

Notas

1.- I Jo 4, 3.
2.- I Jo 2, 22-23.
3.- II Tes 2, 7.
4.- I Jo 2, 22.
5.- II Tes 2,4.
6.- Dan 11, 36-37.
7.- I Jo 5,43.
8.- Dan 12, 4-10.
9.- II Tim 3, 2-5.
10.- II Pet 3, 3-4.
11.- II Pet 2, 10. 19.
12.- Mt 24, 5.
13.- II Tes 2, 9-12.
14.- II Tes 2, 4.
15.- Mt. 24, 15.
16.- Ap. 11, 8.
17.- San Ireneo, Adversus Haereses, 5, 25, 2.
18.- San Hipólito, De Anticristo, San Cirilo de Jerusalén asimismo habla del intento del Anticristo por reconstruir el Templo Judío. También él lo hizo antes del intento de Juliano, y (lo que es más notable) profetizó que fracasaría por razón de las profecías.
19.- Este párrafo no aparece en el texto inglés sino en la version francesa ya citada. Newman hace aquí referencia a las campañas napoleónicas en Egipto y Siria entre mayo de 1798 y octubre de 1799 [N. del T.]
20.- II Tes 2, 4.
21.- Dan 11, 38-39.
22.- Cfr. Dan 5, 1-4.
23.- Los restos de Rousseau y de Voltaire fueron depositados en la cripta del Panteón, antigua basílica de Santa Genoveva [N. del T.].
24.- Dan 7, 25.
25.- San Hipólito, De Anticristo, 27.
26.- San Hipólito, De Anticristo, 27.
27.- Ap 13, 18.
28.- San Ireneo, Adversus Haereses, 5, 30, 2.
29.- San Ireneo, Adversus Haereses, 5, 30, 3.
30.- Estas son euagqaj (muy florido) y Teitan (Titán). San Ireneo muestra su preferencia por esta última. Sugestivamente, San Hipólito también propone estas dos palabras. [N. del T.].
31.- San Hipólito, De Anticristo, 50.
32.- Newman hace aquí alusión al misterioso asunto del encadenamiento de Satanás durante el milenio. [N. del T.].
33.- Este párrafo sólo se encuentra en la citada versión francesa [N. del T.].

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