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02/06/2009

 

Coronel Jorge Leal, expedicionario al Polo  

Al General Hernán Pujato sólo le había faltado una cosa para cumplir con su estrategia antártica. Víctima de los desencuentros entre argentinos, de la mezquindad y, quizás también, de la envidia de otros, pasó a retiro sin haber podido coronar el Polo Sur. Pero antes de marcharse por un tiempo del país habló un momento a solas con el Coronel Jorge Leal, subalterno con el cual compartiera largos años de destino antártico desde que éste arribara al continente en 1952. Heredero del espíritu fundacional de hombres como Hernandarias, Irala y Juan de Garay, Leal había levantado desde entonces la base Esperanza, los refugios Malvinas y Güemes e impulsado las estratégicas bases Belgrano III y Sobral como escalones adelantados al Polo, y se había hecho merecedor de la máxima confianza de su superior.

-Yo no pude llegar al Polo, usted debe hacerlo-, fue la última orden del general Pujato.
El coronel Leal tomó el reto con el mayor celo y en 1962 presentó un proyecto al Ejército, que fue postergado por vaivenes políticos e institucionales. Sin duda debió haber sido muy frustrante para él tener que lidiar con los obstáculos que le planteaban las autoridades militares y civiles, acaso peores que los que podrían oponerle la geografía y los rigores del clima. “A los antárticos ya nos tenían como locos, así que plantear nomás la necesidad de llegar al Polo Sur era poco entendible”, evocaría luego.

A fines de 1963 el personal de la base Belgrano comenzó a explorar posibles rutas de acceso al Polo y a considerar el emplazamiento de un refugio que sirviera de soporte logístico cerca de los 82º de latitud sur. Esta tarea fue profesionalmente cumplida por la patrulla del capitán Gustavo Adolfo Giró el 2 de abril de 1965, que realizó en un verano lo que estaba previsto hacer en dos. La estación de apoyo fue bautizada con el nombre de “Alférez de Navío Sobral” y fue equipada con cincuenta toneladas de abastecimientos justo antes de comenzar la larga noche polar.
La celeridad con que se realizaron las tareas resultó de suma importancia pues permitió al capitán Giró proponer el adelantamiento de la expedición, dado que existía el riesgo de que un desprendimiento de hielo en la zona de la barrera de Filchner hiciera perder los equipos almacenados y aún a la misma base Belgrano: “Si Belgrano sale a navegar para siempre perdemos la oportunidad de llegar al Polo Sur”.

Mientras tanto el coronel Leal seleccionaba a los hombres que lo acompañarían en la travesía. Debían tener experiencia antártica, buena aptitud física y fortaleza de carácter, pero al mismo tiempo debían recordar en todo momento que formaban un equipo. Al dejar sus hogares estos hombres dijeron a sus familias que no sabían si volverían al año o a los dos... porque hasta que no se cumpliera la expedición no pensaban regresar.
Por fin, el día 26 de octubre partió de la base Belgrano una columna de seis vehículos Snowcat llevando al coronel Leal, al capitán Giró, al suboficial principal Ricardo Ceppi, al sargento ayudante Julio Ortiz, a los sargentos primeros Jorge Rodríguez, Domingo Zacarías, Guido Bulacio, Roberto Carrión y Adolfo Moreno y al cabo Ramón Alfonso, quienes componían la Patrulla de Asalto al Polo Sur. Dos días antes había partido una formación de apoyo conducida por el teniente Goetz y denominada “Patrulla 82”, que desplazándose en trineos tirados por perros polares debía reconocer el terreno y acompañar a la Patrulla de Asalto precisamente hasta ese grado de latitud.
Comenzaba la “Operación 90º” o, como la definió Leal, “la marcha hacia el sur de la República resuelta a ocupar, dominar y administrar hasta los últimos reductos de su territorio”.

Sobre las características del terreno a recorrer escribió más tarde Leal en su informe:

El teatro en donde se desarrolló la “Operación 90” forma parte de un continente extraño, que por sus condiciones geoglaciologicas, su clima, por inhóspito y falto de todo recurso, se opone terca y porfiadamente al cumplimiento de toda misión. Una tierra en donde se enseñorea una hostil naturaleza –la mas fría y tempestuosa del planeta- reacia a los hombres, perros y maquinas y en donde las tormentas polares y las interferencias magnéticas anulan las comunicaciones y afectan a los instrumentos volviéndolos inexactos e influyendo, por lo tanto en la inteligente confianza que el hombre debe depositar en los mismos. Un lugar en donde los lubricantes se convierten en sebo y los metales se cristalizan, donde las mejores aleaciones se quiebran al desintegrarse la materia.
Ese último rincón del mundo en donde nos tocó actuar, es en general una blanca y dilatada llanura que se va escalonando en inmensas plataformas de barreras de hielo y nieve, quebradas de tanto en tanto por cordones montañosos y sembradas de traicioneras, torvas y peligrosas grietas capaces de tragarse a una columna expedicionaria completa.

Tras una jornada de marcha el grupo de Leal se internó en una peligrosa zona conocida como “la Gran Grieta”. Poco después se produjo el encuentro entre ambas patrullas. Los vehículos debían avanzar con lentitud a para evitar llevarse por delante los “sastrugis” (dunas de nieve), que el fenómeno óptico del “blanqueo” les impedía detectar a tiempo.
A la medianoche del 4 de noviembre alcanzaron la Base Sobral, donde se estacionaron para efectuar tareas de mantenimiento mecánico. Allí se tomó la decisión de separar del grupo al Sargento Primero Bulacio a causa de una herida en la mano y en su lugar se incorporó al Sargento Ayudante Florencio Pérez, de la dotación Sobral.
Con temperaturas promedio de treinta grados bajo cero, los hombres reemprendieron la dificultosa marcha. Ascendiendo por la meseta polar, a las grietas y “sastrugis” se sumaron ahora feroces temporales que inmovilizaban a la columna por largas horas. Sombrío, Leal escribió en su diario: “…estamos detenidos perdiendo precioso tiempo, consumiendo víveres y combustible que tenemos tan medidos”.

El 18 de noviembre y a los 83º2’ de latitud Sur la Patrulla de Asalto se separó de la Patrulla 82, que habiendo cumplido ya con su misión de “punta de lanza” debía ahora relevar la cartografía del cordón Santa Fe y extraer muestras de roca de esas montañas jamás visitadas por hombre alguno. Estos hombres, además, iban marcando el camino recorrido con lanzas de caballería –el arma a la que pertenecía Leal- a fin de facilitar el regreso.

A poco de reiniciado el avance, la rotura casi simultánea de dos trineos obligó a Leal a redistribuir la carga y a dejar a uno de los Snowcats como depósito de combustible. Para agravar más la situación, un tercer trineo roto los obligó a detenerse. A 1900 metros sobre el nivel del mar armaron un campamento al que le dieron el significativo nombre de “Desolación”, y trabajando dos días sin parar con la soldadora autógena lograron reparar los patines de los trineos.
Pasados los 86º los filosos “sastrugis” fueron cada vez mayores y eran tan altos como los tractores, obligando siempre a pasarlos de frente y a demorar más la marcha. Sin embargo, la cercanía del Polo renovaba las energías de todos.

Leal, puntilloso, seguía encontrando motivos de preocupación: “...Ahora, y a pesar de nuestra confianza en la capacidad de los dos topógrafos – navegadores, no podemos alejar de nuestra mente la posibilidad de que un error de calculo o instrumental -siempre factible por la permanente agresión que significan los extremosos agentes climáticos de la zona- pudiera habernos llevado a lugares que no sean lo que creemos y tenemos marcados en nuestra carta”, anotó en su registro. Pero, como ocurría cada vez que sus hombres lo veían con expresión tensa en algún alto de la marcha, un grito aguardentoso casi ahogado por el viento lo invitaba a una carpa a jugar al “truco” y la mente podía descansar.
Como si de un designio divino se tratase, a partir del 8 de diciembre el terreno comenzó a mejorar. Era el Día de la Inmaculada Concepción y los colores marianos ondearían dentro de poco en los 90º de latitud Sur, protestando el señorío de esos territorios para el patrimonio de la Argentinidad.

A 3000 metros de altura sobre el nivel del mar, todos dormían en la estación norteamericana Amundsen-Scott. Todos, excepto el operador de radar, que dejó su taza de café a un lado cuando vio unos puntitos luminosos en el monitor. Incrédulo, salió al exterior enfrentando los más de 30º bajo cero y se encontró con la columna de militares y vehículos que acababan de llegar tras haber cubierto la última etapa de marcha de 28 horas seguidas. Leal se adelantó a saludar con marcialidad y los hombres fueron invitados a una indeclinable ducha caliente. Eran las 10 de la mañana del 10 de diciembre y atrás habían quedado 45 días de agotadora marcha.

Luego de plantar la bandera argentina en el vértice más austral de la Nación, los hombres emprendieron el regreso a la Base Belgrano, que alcanzaron el último día de 1965. “Minutos antes de que en nuestros hogares brindasen por la Navidad, nos reunimos, nos sacamos los gorros de nieve y los guantes y rezamos el Padrenuestro; Dios nos llevó y nos trajo de la mano”, recordaría Leal con emoción.

 

Agradecemos al Sr. Pablo Crocchi por los valiosos datos e ilustraciones que nos brindó para la elaboración de esta reseña.

 

“El espíritu de cuerpo común a todas las latitudes se hace presente también en la Antártida, pero aquí se manifiesta en forma muy especial porque fija un código no escrito pero no por ello menos estricto. El suscripto deja expresa constancia que los integrantes de la Expedición cumplieron con ese código e hicieron aporte total de sus posibilidades como manifestación de sus respectivas calidades y capacidades. Pero sin lugar a dudas que la más importante entrega efectuada por cada hombre, como aporte para el éxito de la “Operación 90”, fue la de sus respectivos “presentes y futuros”. Y ello se manifestó no solamente en la larga, peligrosa, ardua y sacrificada marcha hasta el Polo Sur, sino en el previo y magnífico renunciamiento que significó el aceptar formar parte de una empresa de la cual no se estaba seguro de regresar con vida”.

Coronel Jorge Leal, jefe de la primera expedición terrestre argentina al Polo Sur.

 

Fuente: http://www.niunpasoatrasppr.com.ar/galeria/leal.htm

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