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16/10/2009

 

Belgica instala primera estación antártica sin dióxido de Carbono  

La Antártida es uno de los mayores archivos de historia del clima del planeta. Su carácter de tierra inexplorada y la particular atención internacional que ha merecido (en diciembre se cumplirán 50 años de la firma del Tratado Antártico, que prohibía cualquier actividad ajena a la investigación científica en su territorio) la han convertido en una enorme base de datos inalterados, cuyo estudio es fundamental para determinar cómo ha sido el comportamiento climático de nuestro planeta a lo largo de sus más de 4.000 millones de años de vida.

La investigación no es nueva en esta latitud; existen numerosas estaciones, encargadas de los más diversos análisis. Sin embargo, la belga «Princesa Elisabeth» es la primera que funciona completamente con energías renovables. El corazón del hielo. La nueva estación antártica ha sido diseñada y construida por la Fundación Polar Internacional (IPF) y está situada en la región Droning Maud, a 500 kilómetros del lugar habitado más cercano.

Lleva en funcionamiento desde 2008, cuando llegaron los primeros investigadores, y permanecerá activa al menos 25 años. «La Princesa Elisabeth es como un "lego" gigante. Es completamente desmontable y todas las estructuras pueden ser reemplazadas. La estación fue montada e inaugurada en Bruselas para ser desmantelada y reconstruida en la Antártida», explica Ben Huyge, portavoz de la IPF. El tipo de estudios de campo que se están realizando va enfocado a conocer la formación del hielo y el comportamiento de los glaciares. Para establecer la edad del hielo y la historia del clima, los investigadores taladran la capa de hielo, que tiene un grosor aproximado de un kilómetro y medio. La helada columna que extraen está formada por distintas capas. Cada una de ellas corresponde a un periodo histórico y contiene partículas de polvo y bolas de aire atrapadas en los cristales de nieve que la conforman. Los diferentes gases contenidos en cada «loncha» evidencian la composición de la atmósfera en las distintas épocas y sirven para determinar la relación existente entre los diferentes grados de concentración de partículas, como el dióxido de carbono o el metano, y el cambio climático.

«Estudiar muestras de hielo en la Antártida es absolutamente esencial. Nos ayudará a entender mucho mejor la reacción entre las capas de hielo y las fluctuaciones del dióxido de carbono y nos proporcionará datos con los que comparar los núcleos helados actuales», explica la climatóloga francesa Valérie Masson-Delmotte. Pero el ambicioso proyecto científico que planteó la IPF quería servir de manera más activa al medio ambiente, proponiendo unas instalaciones no contaminantes y capaces de autoabastecerse con su propia energía y el reciclado de sus materiales. La estación, que ha costado alrededor de 11,7 millones de euros, ocupa 1.450 m2 y tiene capacidad para albergar a 25 personas.

Su diseño es octogonal y, tanto el uso de materiales como la orientación del edificio, están pensados para ofrecer una resistencia mínima al viento y aislar el habitáculo de las bajas temperaturas. El área habitable se distribuye a nivel del suelo, mientras que los garajes y los almacenes son subterráneos. Toda la estructura se desenvuelve alrededor de un núcleo técnico; los servicios y otras zonas que necesitan más calor se sitúan en la zona intermedia, ya que es la que acumula mayor temperatura. Un total de nueve turbinas eólicas de seis kilovatios suministran dos tercios de la energía anual a la estación, unos 90 megavatios al año. El otro tercio es producido por 408 paneles fotovoltaicos de 150x155 mm, con 36 células solares cada uno. Estas células son capaces de capturar los fotones de la luz y convertirlos en corriente eléctrica. La mayoría de estos paneles está orientado hacia el norte para aprovechar al máximo la exposición al sol; de ellos, 120 (que cubren una superficie de unos 109,5 m2) están situados en las paredes y en los tejados, y los 288 restantes se han instalado sobre los garajes. El rendimiento cubre hasta 45,7 megavatios, de los 146 totales anuales. Para calentar el agua, el edificio cuenta con 18 m2 de paneles solares térmicos en el techo, que generan el agua para el baño, la cocina y el tratamiento de residuos. Tres tanques, de 560 litros cada uno, la almacenan.

Otros 6 m2 de paneles, situados en el tejado de los garajes, generan la temperatura suficiente para derretir la nieve que se usa para beber y que se concentra en un único depósito de 490 litros. Reciclar agua y nieve La estación reutiliza el 75 por ciento del agua que recicla. Aunque se puede purificar constantemente, en la Princesa Elisabeth se usa hasta un máximo de cinco veces. El tratamiento de aguas grises (provenientes de las duchas, lavabos y fregaderos) y negras (de los baños y laboratorios, siempre que no estén químicamente contaminadas) es distinto. La unidad de tratamiento (EPAS) ocupa un espacio de 9 m2 y está instalada en el edificio principal. El tratamiento de aguas puede ser de carácter orgánico o químico (específico para separar los materiales que no se pueden descomponer como los metales pesados).

Cada tipo de agua pasa por un reactor anaeróbico (negras) o aeróbico (grises) a diferentes temperaturas que someten los restos a la reacción metabólica de microorganismos; el bioreactor anaeróbico necesita una temperatura de 55 grados y el bioreactor aeróbico funciona entre los 25 y 35 grados. Ambos reciben el calor necesario de los paneles solares. Una vez tratada, el agua pasa por una unidad de filtrado. Posteriormente se somete a un tratamiento con carbón activo que corrige el color y a un proceso de corrección del PH. Los restos purificados pasan a un tanque de 2.300 litros, donde se une al agua obtenida del exterior (más o menos un 25 por ciento del total). El sistema principal de obtención de agua está inspirado en un viejo método utilizado por los nativos de las zonas polares. Se trata de aprovechar la nieve acumulada de forma natural en los ventisqueros (zonas de montaña que por su especial orografía se configuran como enormes depósitos de hielo). «El mecanismo es muy parecido al que provoca las dunas de arena en el desierto», explican desde IPF. El movimiento del viento durante las tormentas provoca este amontonamiento en determinadas zonas.

En este caso, la posición de la estación se beneficia de este proceso natural para fundir el hielo y aumentar las reservas de agua potable de la estación. Los últimos restos de presencia humana, es decir, los residuos sólidos que produce la Princesa Elisabeth se almacenan cuidadosamente y se envían a Ciudad del Cabo, donde se reciclan. Neveras en el Polo Las duras condiciones climatológicas y el aislamiento que supone vivir en la estación Princesa Elisabeth (en caso de emergencia cuentan con apoyo aéreo de una instalación rusa a 430 km de distancia) obligan a contar con equipamiento altamente eficiente. La compañía Electrolux ha colaborado con la donación de una serie de electrodomésticos clase A y superiores.

«Una versátil gama de aparatos fue seleccionada por IPF para equipar la estación: hornos, vitrocerámicas de inducción, microondas, lavavajillas, frigoríficos, arcones congeladores «no-frost», aspiradores, lavadoras y secadoras», declara Marisa Martínez-Segarra, responsable de Comunicación de Electrolux. Los aparatos que utilizan los investigadores se han adaptado especialmente a sus peculiares condiciones; así, las lavadoras, por ejemplo, cuentan con una puerta más grande para que quepa la abultada ropa de abrigo, obligatoria en el Polo. Las lavadoras ahorran electricidad utilizando agua precalentada en el ciclo de lavado y los congeladores pueden conservar alimentos durante todo el año a una temperatura de 18 grados bajo cero.

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