16/03/2009

 

Volver a Malvinas  

Por primera vez, un soldado argentino fue enterrado ante sus seres queridos y en una ceremonia protocolar. Los restos de Jorge Casco, descansan en las Islas...

En mayo de 1982, el teniente primero (post mórtem) Jorge Casco cayó en combate y fue enterrado en Darwin. Años después, aparecieron restos óseos que el gobierno inglés envió a la Argentina. Su familia, desde Córdoba, decidió que regresaran a las Islas y llevó la urna. Por primera vez, un soldado argentino fue enterrado ante sus seres queridos y en una ceremonia protocolar.

Por Federico Giammaría
La Voz del Interior
fgiammaria@lavozdelinterior.com.ar

La noche del 9 de mayo de 1982, Ivone Dentesano se comunicó por teléfono con la base de San Julián, en Santa Cruz. Allí estaba apostado su marido, el teniente Jorge Casco, piloto de la Fuerza Aérea Argentina. Pidió hablar con él pero un compañero la despidió con evasivas. Días después tocaron la puerta en la casa de la mujer, en Buenos Aires. Un cura y un militar llegaron para contarle que su esposo había desaparecido en una misión de ataque a un barco inglés en la Guerra de Malvinas.

Ivone sabría luego que ese 9 de mayo Casco volaba su avión A-C 4 Skyhawk a 150 metros sobre el nivel del mar (“Hasta rozar las alas con la cresta de las olas”, recrea el parte oficial), con visibilidad nula por la niebla y pidiendo “silencio de radio” para no ser detectado por radares enemigos. Llevando bombas de 1.000 libras, buscaba un

D-42 HMS Coventry británico. Bajo los efectos de la adrenalina del cazador furtivo y sin enlace con la base, el teniente chocó con la Isla Jason, una formación rocosa cueva de golondrinas y pingüinos, al noroeste de la Gran Malvina, que terminó con su vida.

Desde ese momento, Ivone creyó que su marido había sido enterrado en Darwin. Y fue así, ya que las Fuerzas Armadas de Gran Bretaña recogieron y enterraron lo que se encontró; aunque por lo brutal del accidente parte del cuerpo había quedado en otros sectores de la isla.

Años más tarde, en 1999, se hallaron nuevos elementos óseos y por algún motivo que no fue revelado la existencia de estos despojos recién fue comunicada por la embajada británica a la Cancillería argentina el año pasado. El Gobierno nacional se hizo cargo de los restos, que llegaron al país en julio de 2008. El Banco Nacional Genético del Servicio de Inmunología del Hospital Durand determinó la identidad de los huesos. Eran de Casco.

Desde hace 27 años, Dentesano vive en Córdoba. Rehízo su vida, volvió a casarse y ejerció como bioquímica. Había hecho el duelo y cerrado la historia. Pero todo volvió a comenzar cuando, en su casa del Cerro de las Rosas, recibió una llamada: la noticia del hallazgo. “¿Por qué ahora?”, se dijo. No encontró la respuesta. Superado el impacto, debió hacer algo con aquellos restos.

El Gobierno argentino esperó su decisión y ella supo, confiesa hoy, que Jorge debía regresar a las islas y descansar en Malvinas. Por primera vez, después de la guerra, un ex combatiente volvería para ser enterrado allí.

Estudiantes. Jorge Casco había nacido en Chaco y, como hijo de gerente de banco, fue un nómade. Ivone, santafesina, sólo salió de su ciudad para venirse a Córdoba a estudiar bioquímica.

Cuando Casco abandonó sus sueños de futbolista en Racing de Avellaneda en Buenos Aires, se anotó en la Escuela de Aviación para formarse como piloto y así llegó a Córdoba. En la nueva ciudad, además de jugar al rugby en Universitario, cruzó su vida con Ivone. Era 1976. Tres años después se casaron.

Dejaron Córdoba por la base militar de El Plumerillo, en Mendoza, donde Jorge hizo el Curso de Aviador Militar (CAM). La mujer lo siguió, confiesa hoy, consciente de que para su esposo la vocación lo era todo. “Siempre supe que en su formación primero estaba Dios, luego la Patria y después la familia”, recuerda hoy Ivone en su hogar, sentada frente a un ventanal por el que el sol se desparrama en un pequeño living. Lo supo desde el 2 de abril de 1982 cuando Jorge respetó sin fisuras aquella jerarquía.

La guerra los encontró ya con dos hijos: Guillermo, de dos años, y Julieta, de cuatro meses. La noticia fue un terremoto. “Nunca le dije que no fuera. Es que él nunca dudó. Quería ir a Malvinas. Para eso se había preparado”, relata su esposa. “Y yo entonces viví entre su ansiedad y mi angustia”.

Se despidieron el 25 de abril en la misa de Pascua de ese año y luego Jorge viajó a San Julián. Ella tenía 24 años, él 26. Nunca más volverían a verse.

Fue entonces que la mujer decidió mudarse, junto a sus hijos, a Buenos Aires, a la casa de los padres de Casco. La soledad y el miedo atroz de una mala noticia la empujaron a refugiarse en San Isidro. Pero fue en vano, hasta aquella casa llegaron el militar y el cura. Unos meses después, retornó a Córdoba y ya no se movió de aquí.

En 1994 había volado por primera vez a Malvinas y más tarde, en 1999, lo había hecho Julieta. Guillermo, en cambio, no había visitado Darwin.

 

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