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0702/2013

 

“La Guerra de Malvinas fue la etapa más dura de mi vida”

 

Para muchos ya pasó, se olvidaron. Para otros, es una herida que aún “permanece abierta”. Es que la Guerra de Malvinas penetró tan profundo en el corazón de los argentinos, que hasta hoy, a 30 años del conflicto bélico, los recuerdos son imborrables...

(elesquiu.com), Catamarca.- Después de permanecer en silencio durante mucho tiempo, por temor a que la tildaran de “loca”, Ester Antonia Algañaraz, que se desempeñó como auxiliar de enfermería en el Hospital Naval de Puerto Belgrano desde 1979 hasta 1985, se animó y habló de todo.

A punto de jubilarse y con lágrimas en sus ojos, reconoció que fue la etapa “más dura” de su vida. “Estamos viviendo una segunda guerra, que es la indiferencia del Estado, el olvido de la sociedad y la falta de trabajo de muchos de los exmovilizados”, afirmó.
Nació en la ciudad sanjuanina de Caucete hace 59 años y padeció el potente terremoto del 23 de noviembre de 1977, mientras trabajaba como telefonista en un sanatorio privado, tras haberse recibido dos años antes en el Centro de Adiestramiento del Hospital Rawson.

Hace 27 años que vive en Catamarca y desde 2004 trabaja en el Hospital San Juan Bautista.
Además, comentó con mucho dolor que nunca la incluyeron en homenajes ni le gestionaron ayuda de ningún tipo.

- ¿Por qué eligió esta profesión? ¿Cómo fueron sus comienzos?
-Es lo único que le puedo dar a mi prójimo, es decir, estar en el momento que otras personas me necesitan.
Yo hice el primario y secundario en el Colegio San José de Quilmes (Buenos Aires), y a los 17 años regresé a San Juan.
Llegué hasta tercer año de Magisterio porque me gustaban muchos los chicos, pero como no tenía los recursos económicos suficientes para seguir estudiando hice el curso de Auxiliar de Enfermería hasta recibirme en 1975.
Conseguí trabajo rápido y estuve en el Hospital Rawson durante cuatro años. Luego, vino el terremoto el 25 de noviembre de 1977. Además de trabajar en el hospital, a la vez cubría francos en un sanatorio como telefonista. En ese momento se usaban las clavijas para las comunicaciones y una de ellas saltó y casi me pega en un ojo. Fue terrible.

- ¿Cómo ingresó a las Fuerzas Armadas?

-Uno de mis tres hermanos varones trabajaba en la Marina, y como el terremoto me dejó sin nada, me fui a vivir con él a Punta Alta, provincia de Buenos Aires.
En noviembre de 1979 ingresé al Hospital Naval de Puerto Belgrano como personal civil.
Al principio me gustaba y ganaba bien, pero fueron años muy difíciles.

- ¿Por qué difíciles? ¿Qué hizo cuando comenzó la Guerra?

-Las cosas venían mal. Nos retaban por cualquier cosa, y nos hacían preparar cosas que no eran normales hasta que se supo que las Islas Malvinas iban a ser tomadas.
Yo me desesperé porque quien era mi esposo en ese momento estaba embarcado en un buque baliza.
Nosotros vivíamos en unas casas que habían hecho para los inmigrantes a cuatro cuadras del mar, y corríamos el riesgo de que alguien desembarcara por ahí.
Recuerdo que cuando nos avisaron del comienzo de la guerra todos lloraban, rezaban y el pánico se apoderó de nosotros.

- ¿Cómo se sentía? ¿Tuvo miedo?

-Tenía mucho miedo, porque quedé sola con mis dos hijos. El más grande, que tenía siete años, quedaba al cuidado de su hermanito de un año porque yo tenía que trabajar. Los dejaba con las ventanas tapadas y con una mochila con pañales y leche, ya que cuando sonaba la sirena había que salir al campo.
Los ingleses tenían por encargo volar el portaviones que estaba en la base naval. A veces me permitían llevarlos, pero otras no.

- ¿Qué fue lo peor?

- Lo más duro fue cuando empezaron a llegar los combatientes heridos de las islas que eran transportados en helicópteros.
Los mutilados venían con una letra “M” marcada en la frente porque habían sido medicados con morfina y había que seguir un plan.
Y algo que tengo muy presente es la noche que llegaron los sobrevivientes del crucero General Belgrano: les habían colocado un cartel con sus nombres y otros datos en inglés, y vestían mamelucos de color azul. Eso me impactó y dolió mucho.
Entre esos sobrevivientes yo atendí a cuatro catamarqueños, uno de ellos es Federico Ormachea.
Nunca me imaginé ver a la juventud de mi país en esas condiciones. Muchos de ellos mutilados, con “pie de trinchera”, chicos que no querían seguir viviendo, gritaban, lloraban, sufrían mucho.
Me acuerdo de un chico de Corrientes, Agustín Sosa, al que le habían amputado una pierna. Yo había retirado las correspondencias en la estafeta de la base. Todos leían sus cartas, menos él. Y le pregunté por qué, y me respondió que no sabía leer ni escribir. Realmente me dejó helada y finalmente yo le leí la carta y luego respondí a sus familiares.

- ¿Se siente discriminada?

- Hasta hoy los no reconocidos seguimos luchando por una pensión. Los ingleses fijaron una zona de exclusión y entonces sólo los que estuvieron dentro tienen derecho a cobrar, el resto no.
Y si a los que estuvieron arriba del Belgrano les pagaron porque sus vidas corrían riesgo, nosotros también corríamos riesgo en todo momento, ya que los ingleses tenían la misión de destruir el portaviones de la base.
El día que atraparon a dos buzos ingleses les pegaron tanto que nosotros también los tuvimos que atender. Y qué seguridad teníamos. Los que vivimos la guerra estamos viviendo una segunda guerra, que es la indiferencia del Estado y de la sociedad y la falta de trabajo de muchos de los movilizados. La gente no se preocupó mucho.

- ¿Qué le dolió más?

-Lo que más me duele es haber dejado a mis hijos solos, y ahora nadie reconoce mi trabajo. Yo vivía encuartelada. Y cuando fui a pedir la baja por mis hijos, el director del Hospital me dijo: “Señora, usted no se puede ir porque le dará la espalda al país, y nosotros tenemos una orden para esas personas”. Y yo le pregunté cuál era la orden porque me iba a ir igual. Y me hizo la seña de que me iban a matar. Qué iba a hacer ante algo tan terrible.
Esta historia es una herida abierta, que muchos hoy la toman como un rédito económico, son unos estafadores, porque muchos estuvieron fuera de la zona de exclusión y hoy cobran la pensión.
Yo no soy excombatiente ni veterano de guerra, pero fui enfermera que atendió a la juventud mutilada de mi país.

- ¿Por qué no pudo hablar de Malvinas durante tantos años?

- Yo me guardé todo porque nadie tiene la culpa de haber vivir toda esa situación. Los verdaderos héroes son los que quedaron en Malvinas, yo sólo fui un instrumento de Dios para aliviar un poquito el dolor de esos jóvenes que ni sabían para qué los llevaban. Y no me arrepiento de haberlos atendido.
Hoy somos olvidados por la sociedad que no sabe nada de lo que pasó por dentro.

- ¿Viajaría alguna vez a las Islas Malvinas?

-Claro, si tuviese la oportunidad, viajaría, ya que mi mejor amigo, Daniel Romero (Cabo Primero), oriundo de Cañada de Gómez (Santa Fe), quedó atrapado en el Crucero Belgrano.

- ¿Hubo un antes y un después de Malvinas?

- Yo había aceptado estar sin familia. Pero después de la guerra me sentí peor porque me sentí muy sola. Perdí muchos amigos y estaba como en medio del desierto sin saber a dónde ir. La guerra me marcó mucho.
El dolor que tengo hoy es el desacierto de los gobiernos, porque si bien yo precisamente no estuve en Puerto Argentino, estoy pagando todo eso, no me quiero imaginar los que sí estuvieron y hoy no son reconocidos.

- ¿Qué significa para usted esta profesión?

-Ser enfermera es un don de Dios, porque se está preparada para dar amor, comprensión, cuidados que otra persona no puede. Dios me concede paz desde lo alto, y amo lo que hago.
En aquellos años ejercí mi profesión con mucho dolor, pero hoy la disfruto mucho y lo único que puede hacer es servir. Quiero seguir siendo un instrumento del Señor para quienes necesiten, tanto dentro como fuera del hospital. La enfermería que yo ejerzo es con amor, pero no cualquier amor, sino un amor Divino.

En Catamarca

- Cuando llegué a esta provincia empecé a hacer algunas guardias en sanatorios privados, y me tocó una época difícil. Pero gracias a Dios y al Dr. Alejo Arias, que era el secretario del ministro de Salud de ese entonces, logré entrar al Hospital San Juan Bautista. Él se dio cuenta que yo sufría y me dio una mano.
En el área Oncología viví situaciones muy iguales y también fue una etapa dura. Es un sector muy diferente al resto del hospital. Pero le agradezco mucho a Dios por haber estado allí.

- ¿Cómo fue el paso por Oncología?

- Me lastimaba más el proceder de las personas que no padecen cáncer, porque las personas enfermas son más sanas de espíritu que el resto.
Lo más lindo de esta profesión es saber hacer bien las cosas y atender como corresponde a un paciente, porque a mí me gusta que me traten bien.
El estar ahí me hizo valorar cada segundo de mi vida.

- ¿Cómo le gustaría retirarse?

- Quiero retirarme en paz con toda la gente, sabiendo que en algo he servido. Mi sueño es poder disfrutar más de mi familia, mi esposo, mis hijos y mis nietos. Todo lo que hice, hago y haré es por el Señor. Y mi gran anhelo como ciudadana de este país es que haya una juventud sana y se rescaten los valores perdidos.

- ¿Qué le diría a los gobernantes?

- Les suplicaría que no se olviden de los que servimos a nuestra Patria, y que cuidemos la democracia honesta y sanamente. Y a los argentinos les pediría más unidad.

El único reconocimiento

El pasado 2 de abril, al cumplirse un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas, la gobernadora de Catamarca le hizo entrega de un reconocimiento por su labor en el conflicto bélico de 1982.
“La Dra. Lucía Corpacci tuvo la buena predisposición y la decencia de invitarme al acto. Es la única persona que se acordó de mí”, dijo Ester. Y agregó: “Estoy segura de que lo que no me reconoce el hombre, Dios me lo reconoce”.


Entrevista: Fernando Calderón

 

 

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