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No podemos dejar de comenzar esta nota diciendo que la celebración del halloween es “nociva y rompe con la fe en Cristo cuando se relaciona con supersticiones e incluso cultos satánicos. De manera semejante, el culto a la santa muerte no es expresión de fe cristiana”, como bien lo dijo el Obispo de Tehuacán, Mons. Rodrigo Aguilar Martínez.
El 1° de noviembre, los católicos de todo el mundo celebran la Solemnidad de Todos los Santos, instituida en honor a todos y cada uno de los santos, conocidos o no. Por ser día de precepto, los fieles asisten hoy a Misa como si fuera domingo.
La Enciclopedia Católica explica que el Papa Urbano IV decidió que esta Solemnidad compensara cualquier deficiencia en la celebración de las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles.
Entre los santos están los que han sido canonizados y los que no. Ser canonizado significa que luego de un proceso muy riguroso y tras haberse comprobado la intercesión del siervo de Dios en por lo menos dos milagros, el Papa proclama la santidad de vida de la persona.
El reconocimiento de la heroicidad de virtudes, uno de los primeros pasos en el proceso que garantiza que la persona vivió en grado heroico la fe, la esperanza y la caridad (el amor) es el más complejo de todos porque es en esta etapa en la que se investiga la vida, los dichos y hechos del candidato. Suele tomar varios años.
Actualmente las normas establecen que una causa de canonización se puede comenzar sólo luego de, por lo menos, 5 años después de fallecida la persona. Dos famosas excepciones a esta regla han sido la Madre Teresa de Calcuta y el Papa Juan Pablo II.
Para ser proclamados santos, se debe corroborar un milagro ocurrido por su intercesión y que se haya realizado después de la beatificación.
Otros santos cuyas causas fueron muy rápidas son las de San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo tomó dos años.
Los santos “canonizados” oficialmente por la Iglesia Católica son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.
En cuanto al día de los fieles difuntos, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma.
La Iglesia llama “Purgatorio” a esa purificación; y para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego”. (1Cor. 3, 14).
En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que el 2 de noviembre se recuerda a los difuntos “con la fe puesta en la Resurrección del Señor, de la que ciertamente participaremos”.
“La Iglesia renueva el gozo de saberlos vivos al recibir la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado. Nuestra fe en la Vida para siempre permite que la entendamos, y excluyamos de su celebración todo tipo de sincretismo. Cristo, que es la Verdad, vive para siempre y nos asegura que correremos su suerte si nos unimos al misterio penitencial de su Muerte redentora”, sostuvo.
El prelado explicó que “esto significa ‘cargar la propia cruz y seguirlo’ o asumirla y orientarla en pos del Señor, para hacer de ella, santificada por su Santísima Cruz, instrumento de redención” y precisó que este domingo “recordamos a todos los fieles difuntos, a quienes, habiendo muerto en gracia, necesitan purificarse para ser partícipes plenos del Reino celestial. Los que están en el Cielo no necesitan, felizmente, de nuestro sufragio; tampoco lo necesitan, lamentablemente, quienes están en el infierno”.
“La Iglesia ora, en su peculiar liturgia del 2 de noviembre, por las almas del purgatorio. Es oportuno recordar la experiencia ejemplar de los primeros testigos de la Resurrección de Cristo. No podemos seguir buscando entre los muertos a Quien está vivo”, advirtió citando el pasaje evangélico.
San Gregorio Magno afirma: “Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso”.
Por último, monseñor Castagna indicó que “los cementerios son símbolos de campos sembrados, pero, el fruto de esa siembra no está en ellos. Allí no está la vida, que no ha dejado de existir, y que perdura en otra dimensión donde la realidad es ‘consistente’ y obtiene el ‘para siempre’, otorgado desde el origen por el Creador”.
Aporte: Aica.org, Aciprensa