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La guerra de Malvinas finalizó el 14 de junio de 1982, pero justo un mes después fueron liberados por parte de los ingleses, los casi 600 prisioneros argentinos que fueron “tomados en garantía”. Así lo describe el portal MDZ, a través de Alejandro Signorelli, investigador de la guerra de Malvinas.
“Colonial Development Corporation”, así se llamaba la empresa que construyó 2 plantas frigoríficas en nuestras Islas Malvinas en la década de 1950 con el fin de congelar carne de cordero. Una estaba en Bahía Santa Eufemia, en el extremo sudeste de la Isla Gran Malvina, y la otra en Bahía Ajax, en el brazo sur de la Bahía San Carlos, justo enfrente del Establecimiento San Carlos. Para 1982 ya hacía años que estaba abandonada debido a que el negocio no funcionó como se esperaba.
Bahía Ajax fue a partir del 21 de mayo de ese año una de las tres playas del desembarco británico, la playa roja o Red Beach, a donde llegaron los Royal Marines del 45th Commando.
Las edificaciones en ruinas del antiguo frigorífico fueron entonces acondicionadas precariamente para funcionar como hospital de campaña en la retaguardia de la ofensiva, y a un vuelo de helicóptero (largo) del frente. En ese hospital, que funcionó hasta el fin de la guerra, se salvaron vidas y curaron heridos de ambos bandos por igual. Su responsable fue el Capitán Cirujano Rick Jolly (fallecido en 2018), que luego de la guerra se convirtió en el único Veterano condecorado por ambas naciones.
Además de frigorífico, playa de desembarco, hospital de campaña y depósito de municiones, las instalaciones de Bahía Ajax se convirtieron en una residencia bastante precaria y no muy acogedora para un grupo muy especial de prisioneros argentinos.
No es uno de los temas más hablados de la guerra porque habitualmente todos los relatos terminan en el 14 de junio con la caída de Puerto Argentino, pero las historias no terminaron ese día.
Ese lunes, cuando Jeremy Moore, comandante de las fuerzas británicas que reconquistaron nuestro territorio se reunió con el General Menéndez, pidió garantías de que el gobierno argentino no intentaría volver a atacar las islas, y en particular, que la Fuerza Aérea Argentina dejaría en tierra sus aviones. Cuenta la historia, o la leyenda, que existió una comunicación telefónica con el continente en donde el Brigadier Crespo, jefe de la Fuerza Aérea Sur, antes de cortar abruptamente brindó varios ejemplos de insultos en castellano.
Con el cese del fuego sobrevino un silencio que todos los veteranos describen como abrumador. En Puerto Argentino, la península del aeropuerto se convirtió en el “POW Camp” (Prisioners Of War Camp) para las tropas que habían defendido la capital.
Entre el martes 15 y el domingo 20 de junio, la gran mayoría de los prisioneros argentinos fueron trasladados en distintos buques británicos (Canberra y Norland) y argentinos (ARA Almirante Irizar y ARA Bahía Paraíso) desembarcando en Puerto Madryn.
Pero hubo otro grupo “especial” de prisioneros que no volvieron en esos días. Los británicos, desconfiando sobre nuevos ataques desde el continente, retuvieron a 593 oficiales y suboficiales seleccionados, para que sus vidas actuaran como una especie de garantía del cese del fuego. Este grupo de prisioneros (tal vez rehenes sería más adecuado) regresaría al continente un día como hoy, hace 41 años atrás, el 14 de julio de 1982, un mes más tarde.
El Mayor (en esos días) Oscar Jaimet, Jefe de la Cia B Piribebuy del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 Gral Viamonte fue uno de ellos, y en una gran charla que tuvimos, me contaba que ya dispuestos en fila para embarcar en Puerto Argentino, suponiendo que para volver a casa, había británicos encargados de “reprocesar” a ciertos prisioneros, entre los que estuvo él, que no subirían a esos barcos, y luego de abandonar esas filas y ya reunidos comenzaron a ser transportados por medio de helicópteros hacia el mencionado frigorífico en Bahía Ajax.
Una vez en destino, fueron dispuestos en uno de los amplios galpones del frigorífico. Sin tener idea de cuál sería su destino en los días subsiguientes, ni por qué los habían separado del grueso de los prisioneros, debieron acomodarse en ese galpón.
Luego de más de 50 días en los que el frío y las comidas salteadas se habían hecho costumbre, las comodidades de su nuevo destino eran apenas mejores. En el galpón debían dormir en el piso, y el baño consistía en un tacho rodeado por unas telas como cortinas. Además, contaban con la estelar presencia de una bomba argentina de 250 kg sin explotar, incrustada entre el techo y una de las paredes, recuerdo de alguno de nuestros pilotos. Las mejoras venían por el lado de comer regularmente y al saber que la guerra había terminado, la relativa tranquilidad de saber que no serían atacados.
El trato de sus captores fue correcto en todo momento. “Correcto”, lo cual implica que en líneas generales se cumplió con la Convención de Ginebra. “Correcto”, ni caballeresco como algunos gustan pensar románticamente, ni criminal como otros gustan pensar para victimizarlos.
Dentro de esa rutina en donde hubo algunos interrogatorios de la inteligencia británica, también hubo supervisiones regulares de la Cruz Roja Internacional, que aprovecharon para enviar cartas a sus familiares vía Suiza.
El Mayor Oscar Jaimet, soldado de destacada actuación durante la guerra, y condecorado por ello, me dejó muy en claro que fueron tratados dentro de los estándares de la Convención de Ginebra, y que procedieron como cualquier soldado profesional lo hubiera hecho. Lejos de quejarse, él se siente orgulloso de haber servido a su Patria hasta el último día. Siente que, si hubiera regresado al continente entre el 15 y 20 de junio, hoy sentiría que le faltó vivir una parte de la guerra.
Estando en Bahía Ajax, cierto día notó que un guardia portaba un tipo de fusil de los usados en la Segunda Guerra Mundial. Como buen militar, lo notó en seguida y le llamó la atención. El británico al percibir su interés, se acercó y lo “punteó” con el fusil, no muy amablemente. Al ver la situación, un superior británico se acercó y reprendió al guardia, y luego le pidió disculpas a él, dándole a entender que su subordinado no tenía muchas luces. Así de simple y natural.
Esos días rutinarios, sin actividades concretas, parecían todos iguales, hasta que un buen día los embarcaron en el buque St. Edmund (un Ferry del Canal de la Mancha requisado por el gobierno británico). Una vez a bordo fueron repartidos en camarotes, en donde pudieron dormir en camas y recibir una paga de 8 libras como prisioneros de guerra que podían gastar en la cantina del barco.
La estadía en el St Edmund duró varios días hasta que fueron de San Carlos a Puerto Argentino, antes de poner proa al continente.
- Los 12 del patíbulo
Este grupo tan especial de casi 600 prisioneros argentinos, oficiales y suboficiales, también estuvo integrado por 12 prisioneros que no venían de Puerto Argentino.
Entre el 27 y el 29 de mayo se libró el combate de Darwin-Goose Green, un feroz enfrentamiento que fue planificado por el jefe del Regimiento de Paracaidistas 2 británico, el Teniente Coronel Herbert “H” Jones para finalizar en 6 horas, pero les costó 36 horas y la vida del propio H Jones.
El entonces Subteniente Jorge Zanela, del Grupo de Artillería Aerotransportado 4 de Córdoba, formaba parte de la Fuerza de Tareas Mercedes, en Darwin – Goose Green, y una vez que ese combate concluyó, integró el grupo de prisioneros argentinos. Tuve el placer de hablar con él y aprender en detalle sobre esos días tan particulares que les tocó vivir.
Junio recién comenzaba y la ofensiva británica continuaba su marcha hacia Puerto Argentino. El Regimiento 2 de paracaidistas (2 Para) que había peleado en Darwin – Goose Green quedaría en reserva de cara al asalto a Puerto Argentino, y el batallón de Gurkas se haría cargo de la guarnición de Darwin – Goose Green. Durante algunos días los prisioneros argentinos fueron alojados en un galpón de esquila, en el cual se pintaron en blanco y bien grande las letras “PG” por Prisioneros de Guerra y y “POW” por Prisioners Of War, en un intento por evitar que fueran blanco de nuestros aviones.
Los prisioneros argentinos en esos días debieron “colaborar” en tareas de limpieza, recuperación de cadáveres y movimiento de municiones, lo que generó un incidente en donde algunos soldados argentinos murieron.
Luego de esto se dispuso embarcar a los prisioneros, pero hubo una selección de 12 hombres que debieron bajar y fueron llevados al frigorífico en Bahía Ajax. Esto ocurrió cuando la guerra aún no había terminado, por lo que fueron sometidos a interrogatorios bastante ásperos en varias oportunidades, y alojados en una cámara dentro del frigorífico (como un cuarto) al que debieron romper el vidrio de una pequeña ventana para que circule algo de aire.
Estaban a cargo de un mayor de la Guardia Galesa que los trataba bastante bien. Un día de junio los embarcaron y su buque, un ferry, se fondeó en el medio de la flota, suponían que en alta mar.
Para ese entonces ellos no tenían idea de que seguía sucediendo en la guerra, pero el estar embarcados era mucho más confortable que estar en el frigorífico, aunque debían dormir en el piso de un salón grande. Notaron con mucho asombro que los horarios que manejaban estaban sincronizados según el horario de las islas británicas y no el local, suponiendo que lo hacían por una cuestión operativa, aunque bastante incómoda.
El domingo 13 de junio consiguieron que los dejen escuchar el partido de Argentina vs Bélgica por radio, y entonces se enteraron que el Papa Juan Pablo II había visitado el país, y el 14 escucharon festejos y expresiones de alegría. De a poco y con tristeza, se fueron dando cuenta que la guerra había terminado.
Y también terminaría su estadía a bordo, ya que volvieron a San Carlos y al frigorífico, pero esta vez ya no estaban solo los 12, sino que se integraron al resto de los prisioneros “seleccionados” que venían de Puerto Argentino y que reflejaban en sus ropas y en sus caras el haber estado combatiendo hacía pocos días.
Ese fue momento de reencuentros para todos, y durante unos días, esa monótona rutina de prisioneros se vio condimentada por las historias compartidas, y las especulaciones sobre qué les depararía el destino. Para el Subteniente Zanela en particular fue una gran alegría ver brevemente antes de que fuera devuelto al continente a su jefe, el Teniente Coronel Carlos Quevedo, a cargo del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, quien mintió sobre su condición de salud para poder cruzar a las islas al mando de sus hombres, y soportó estoicamente su enfermedad, debiendo vivir durante toda la guerra con un ano contra natura. Otra de tantas historias de valor y entrega.
Finalmente, y luego de pasar aproximadamente 20 días en el frigorífico todo este grupo de prisioneros “especiales” fue embarcado en el ferry St. Edmund y abandonaron las aguas de Bahía Ajax y San Carlos para pasar brevemente por Puerto Argentino (con las ventanas de los camarotes tapadas) y de ahí poner proa al continente.
Estos militares argentinos habían peleado en cruentos combates y habían soportado durante dos meses las penurias que todas las guerras de la historia han hecho sufrir a sus protagonistas, pero ellos en particular, deberían ofrendar a la Patria 30 días más que el resto como prisioneros, sin saber lo que estaba sucediendo y sin tener idea de cuánto tiempo duraría esa situación. De hecho, Zanela algunos años después, se enteró gracias a un documento que el 10 de junio tenían previsto llevarlos a la Isla Ascensión, y cuando en 2017 solicitó a la Cruz Roja Internacional su constancia de haber sido prisionero de guerra, Ascensión figuraba entre sus destinos. Lógicamente, ese sería el plan, pero el fin de la guerra cambió todo.
Hoy en día, al hablar sobre estos hechos, ellos muestran su orgullo por haber cumplido con su juramento. Quejarse o victimizarlos sería faltarles el respeto, y hacer una interpretación romántica de la caballerosidad del enemigo también. A veces, cuando se tratan temas tan pasionales como estos, es difícil mantener la objetividad, pero vale la pena hacer el esfuerzo para que todos sus compatriotas conozcan lo que hicieron y como sirvieron.
Que este sentimiento de admiración y orgullo que nos provoca conocerlos y enterarnos de lo que hicieron a pesar de todo en aquel lejano 1982, sean fuente de inspiración para mirar al futuro. Todavía estamos a tiempo.
Deseo agradecer especialmente a Marta Ransanz, al Coronel (R) VGM Esteban Vilgré Lamadrid y al Soldado VGM clase 62 Fabián Blardone por ayudarme con los contactos para obtener información y testimonio de nuestros queridos veteranos.
* Lic. Alejandro Signorelli, Investigador de la Guerra del Atlántico Sur.