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  05/08/08

 

El agua, objetivo económico-militar de Washington  
A comienzos de 2006, en un discurso pronunciado en la prestigiosa Chatham House de Londres, el ministro de Defensa británico, John Reid, advirtió que al combinarse los efectos del cambio climático global y los mermados recursos naturales, se incrementaba la posibilidad de conflictos violentos por tierras, agua y energía.

Aunque existían precedentes, dado su alto rango la predicción de Reid fue el anuncio oficial de que la era de las guerras por los recursos está próxima.

Ya antes, la expresión más significativa de esa perspectiva había sido un informe preparado para el Pentágono en 2003, por una consultora de California.

Bajo el título "Un escenario de abrupto cambio climático y sus implicaciones para la Seguridad Nacional de Estados Unidos", el documento advertía sobre la posibilidad de sucesos ambientales cataclísmicos y la emergencia de confrontaciones militares debido a la necesidad imperiosa de recursos naturales tales como energía, alimentos y agua, y no tanto por conflictos ideológicos, religiosos o de honor nacional.

Como esclarecían el discurso de Reid y el estudio del Pentágono, el mayor peligro no es la degradación de los ecosistemas per se, sino la desintegración de sociedades enteras, lo que produciría una hambruna descomunal, migraciones masivas y recurrentes conflictos por los recursos vitales.

En la perspectiva de Reid, en países pobres e inestables, el riesgo resultante podrían ser colapsos estatales, guerras civiles y migración masiva. Un ejemplo que puso entonces fue la guerra en Darfur, África.

A su vez, uno de los escenarios avizorados por el Pentágono era el uso de armas letales por los llamados "Estados guerreadores", con la consiguiente proliferación de armas nucleares.

Superioridad militar

Desde que Reid formuló su pronóstico han pasado dos años, y cinco desde que se conoció el informe del Pentágono. Como respuestas a esas predicciones, los países industrializados han venido confiando en su superioridad militar para hacerse de los recursos, así como en la fortificación de sus fronteras y costas y en leyes xenófobas para frenar la entrada de migrantes indeseables, que son criminalizados e, incluso, como en el caso de Estados Unidos, asimilados a la categoría de "terroristas".

En ese contexto, no escapa que entre los objetivos del relanzamiento de la IV Flota del Pentágono por los mares y ríos de América Latina y el Caribe, está el posicionarse en las zonas ribereñas de países que cuentan con petróleo, gas natural y agua.

Se sigue la lógica imperial expuesta en el documento de Santa Fe IV (un ‘tanque de pensamiento’ del Partido Republicano), que en 2003 planteó que "los recursos naturales del hemisferio están disponibles para responder a nuestras prioridades nacionales".

Poco después, en febrero de 2004, el diario inglés The Guardian dio a conocer un informe secreto de Andrew Marshall, consejero del Pentágono, en el cual advertía al presidente George W. Bush sobre "los oscuros efectos del calentamiento global en el planeta, a corto plazo". La falta de agua potable, entre ellos.

El estudio sugería que Washington debía prepararse para estar en condiciones de apropiarse de ese recurso estratégico "allí dónde esté, y cuando sea necesario".

Da la casualidad que en América del Sur, más precisamente en la Cuenca del Plata, está el Acuífero Guaraní, el tercer reservorio subterráneo de agua dulce más grande del orbe, que supera en tamaño a España, Francia y Portugal juntos, y que puede abastecer durante 200 años a la población mundial.

El Sistema del Acuífero Guaraní abarca, aproximadamente, un área de 1.195.000 kilómetros cuadrados, 70 por ciento bajo suelo brasileño, 6 por ciento en Argentina, 19 por ciento en Paraguay y 5 por ciento en Uruguay.

Allí está ubicada la "triple frontera", una zona de confluencia de Argentina, Brasil y Paraguay visualizada como un punto crítico por el Pentágono desde el 11 de septiembre de 2001, bajo la fabricación propagandística de que habrían "células dormidas" de Al Qaeda.

La excusa perfecta

La excusa perfecta para establecer una base militar, instalar por lo pronto oficinas de la DEA y el FBI, hacer aprobar localmente leyes antiterroristas y negociar convenios de inmunidad para sus tropas.

Con ese andamiaje militar de carácter contrainsurgente, que opera en coordinación con los aparatos de seguridad de Estados Unidos en la zona, la CIA incluida, y su brazo "diplomático-civil", la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), el despliegue de la IV Flota ahora, en los ríos interiores de los países del Cono Sur, indica que la Casa Blanca está posicionada y preparada, para librar la guerra por el agua en esa porción de su "patio trasero" contra sus competidores de la "vieja Europa", Japón y China. (Por Carlos Fazio/PL)

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