21 noviembre 2024
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Por Eduardo Astesano

Hacia 1815, el oficial de la Marina de los Estados Unidos, David Jewett, se había convertido ya en un reconocido corsario, con patente otorgada por el gobierno de las Provincias Unidas.
En 1820 fue convocado para hacerse cargo de la fragata mercante “Heroína”, adquirida en Francia por el armador Patricio Lynch, a fin de realizar una delicada misión secreta para el directorio rioplatense: tomar posesión de las islas Malvinas. Cuando la “Heroína” — ya bien provista de cañones de guerra– llegó a Puerto Soledad, el 27 de octubre de 1820, las Malvinas eran el embarcadero de buques norteamericanos e ingleses, depredadores de ballenas y lobos marinos.

El 2 de noviembre, Jewett envió una carta a los capitanes de tales buques, iniciada con la siguiente frase: “Señor, tengo el honor de informarle que he llegado a este puerto comisionado por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas de Sud América para tomar posesión de las islas en nombre del país a que éstas pertenecen por la Ley Natural”. Cuatro días más tarde, saludaba desde la “Heroína”, con una salva de veintiún cañonazos, la bandera celeste y blanca.

Se trata de un episodio más o menos conocido. Lo que surge como un dato realmente novedoso, en cambio, es la probable participación que habría tenido Manuel Belgrano en dicha operación militar. Este aporte historiográfico aparece en la nota publicada por Eduardo Astesano, en la revista Amauta del 2 de diciembre de 1987, que reproducimos, fragmentariamente, a continuación.

En medio de la anarquía del año XX, cuatro políticos, unidos por estrecho lazo de parentesco, fueron hermanados por el juego oculto de la Providencia, para planear y ejecutar la herencia española, ocupando las Malvinas.

El primero Don Patricio Lynch, concuñado de Juan José Castelli, empresario de fortuna, importador, con negocio establecido al lado del templo de los dominicanos, en la actual avenida Belgrano (de la ciudad de Buenos Aires). Equipó con armas a los ejércitos de Belgrano y (José de) San Martín; fue armador de barcos y garante de numerosas patentes de corso.

El segundo Juan Martín de Pueyrredón, elegido (como Director Supremo) a instancias de Belgrano y San Martín, en el Congreso de las Provincias Unidas de Sud América (…).

La intervención del General Belgrano

El primo de Belgrano, Juan José Castelli, había impulsado a su hijo a hacer la carrera naval. Por esa época, ya como Subteniente de Marina, Luciano Castelli, el sobrino de Belgrano, fue propuesto por Lynch para incorporarse a la tripulación.

De todo esto existen documentos, pero no de la activa participación de Manuel Belgrano en los hechos que habrían de sobrevenir, donde hay que avanzar sobre presunciones fundadas. El General Manuel Belgrano, que en sus años del Correo de Comercio había dedicado varios números al estudio de las islas americanas del Atlántico y el Pacífico, como Secretario del Consulado desempeñó una actividad poco conocida.

Corría a su cargo recibir a los buques corsarios y tratar con los capitanes, otorgando premios y aplicando sanciones a la tripulación, como un ministro de esta guerra de corso por entonces española. El, como funcionario real, por entonces, y Lynch, como empresario, después.

En 1810, como miembro de la Primera Junta, resolvió sobre los sueldos y gastos que presentó el último gobernador español de las Malvinas, que apareció en Buenos Aires.

Con Belgrano empezó el segundo acto de esta historia patria. Todo se fue armando en torno de la casa familiar de los Belgrano, hoy Avenida Belgrano 441 (de la ciudad de Buenos Aires), a media cuadra del templo de la Virgen del Rosario, que está en el Altar de la Independencia, porque guarda en su camarín las banderas inglesas de la Reconquista y las españolas de Tucumán donadas por Belgrano.

En marzo de 1819 había llegado el general, carcomido ya por los intensos dolores de su enfermedad, postrado en su coche, meditando en el fin. Por pies ajenos pasó al dormitorio donde naciera (allí funciona hoy un café).

Por entonces, el hermano de Belgrano, Prior del Consulado había propuesto a indicación del General la adopción de un nuevo escudo. El Director Supremo aprobó el cambio, indicando que “en lugar del gorro frigio del diseño debía colocarse el Sol, símbolo de la Patria”, con la inscripción americanista “Tribunal Consular de las Provincias Unidas de Sudamérica”.

Tiempo de héroe para recordar. Su bandera azul y blanca apareció simultáneamente en Caracas, México, Rosario, Mendoza, Guayaquil, San Francisco o Centroamérica y, cruzada por el rojo federal, en el Paraguay, Banda Oriental y Chile. América Azul. Lo es hoy todavía. Sobre 20 banderas actuales hay 18 azules.

Las visitas seguidas al enfermo de Lynch, Castelli y Pueyrredón, fue cuajando —y de un cambio de ideas, apareció— la ocupación de Malvinas. Para Belgrano debe de haber sido de gran emoción haber planeado esa última operación militar. Meditaría en la afirmación del venezolano (Francisco de) Miranda: una Sudamérica del Cabo de Hornos a California a Malvinas, donde debía flamear también el azul y blanco de las barrancas de Rosario.

Allí surgió la americanización de las islas y, quizás por su indicación, se incorporó a su sobrino Luciano para que la enarbolase. No había, en ese cuadro patriótico familiar, nadie que pudiera disentir con este general moribundo…

La operación y el desembarco

En 1819 Patricio Lynch consigue de su pariente Pueyrredón patente de corso para una fragata de su propiedad, “La Heroína”, de 475 toneladas con una capacidad de 34 bocas de fuego y gran poder de combate. En el nombramiento del capitán, el papel de oficio con sellos va precedido de grandes letras: “El DIRECTOR SUPREMO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUD AMÉRICA, atento a los servicios prestados, nombra a David Jewett como capitán del barco La Heroína”. Hasta allí la inscripción en el libro de corsarios, con el secreto de la operación y el objetivo Malvinas. En enero de 1820, comunica Lynch estar en condiciones de partir.

Cuando “La Heroína” navegaba por las aguas del Atlántico sur (…) el día 20 de junio de 1820 fallece Belgrano, entre el 25 de mayo de la Libertad y el 9 de julio de la Independencia.

La relación del capitán llegó a Buenos Aires el 2 de noviembre de 1820, poniendo ya al descubierto el secreto al firmar abajo como “Capitán de la Armada de las Provincias Unidas de Sudamérica”. Allí se izó la bandera en un improvisado mástil, ubicado en las ruinas del antiguo puerto, mientras la fragata hacía oír por veintiuna vez el tronar de sus cañones.

El bergantín “Jane” de la Armada Británica presenció la escena y luego se retiró de la isla. El espíritu de Belgrano estaba presente y las islas Malvinas dejaron de ser, por hecho, de posesión españolas para ser de Sudamérica.

(…) En este patriótico clima de corsarios, guerreros del mar, de acentuado americanismo y de una heráldica belgraniana manifiesta, revivieron las Islas Malvinas. Ellas volverán, si sabemos revivir esa tradición, poniéndolas bajo el control de los países sudamericanos, como un tardío reconocimiento de la explosiva adhesión que recibimos.