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Domingo 18 de junio de 1815.
Ha llovido durante toda la noche en los alrededores de Mont Saint-Jean, elevación de terreno que se yergue cerca de la aldea de Waterloo, al sur de Bruselas.
Atardece ya.
Los “casacas rojas” de Wellington han resistido – desde las once de la mañana – las furiosas embestidas de la infantería y caballería de Napoleón.
Han resistido, sí – los cadáveres de miles de franceses dan cuenta de ello , pero están a un paso de sucumbir.
Y falta todavía lo peor.
Los infantes británicos pueden ver, escuchar, cómo se preparan los veteranos de la Vieja Guardia, al pie del monte, para atacar.
El avance será decisivo, se juega en él la suerte de la batalla.
A las 20, al grito de “Avant la Garde”, los batallones de Cazadores franceses comienzan a escalar, dificultosamente, la pendiente del famoso monte.
Quince minutos después, apenas quedan unos grupos aislados de lo que habían sido sólidas formaciones.
Diezmados, los sobrevivientes son obligados a retroceder; al hacerlo, se llevan con ellos la esperanza de la victoria, se llevan el anteúltimo capítulo de la epopeya napoleónica y se llevan también las posibilidades de que los principios de la Revolución Francesa sigan teniendo vigencia.
Europa, en apenas quince minutos – casi como por arte de magia -, inicia el camino de retorno hacia la monarquía y el feudalismo.
Pero la pregunta que nos haremos no es histórica.
La pregunta que dejaremos planteada tiene que ver con la conducta humana: ¿ qué motivo, qué fuerza irresistible, qué espíritu, impulsó a los granaderos franceses a subir la pendiente se Mont Saint – Jean, sabiendo que se estaban introduciendo en un gigantesco horno del cual resultaría muy difícil salir con vida ?
JULIO 3, 1863.
En los alrededores del pueblo de Gettysburg – camino a Washington – se enfrentan los ejércitos de la Unión y los de la Confederación.
Es el segundo día de combate.
Puede ser la batalla decisiva que ponga punto final a la Guerra de Secesión, que lleva ya tres largos años. Longstreet recibe las órdenes del general Lee que pondrá en ejecución: 15.000 hombres , atravesando campo abierto, deberán apoderarse de una pequeña elevación de terreno custodiada por algo más de 5.000 soldados del Norte.
Según Lee, la maniobra es crucial para quebrar la resistencia en el centro de los ejércitos yanquis; hecho ésto, quedará expedito el camino hacia Washington y con ello, quizá, la Unión firmará la rendición.
Los confederados – redoblando los tambores, flameando las banderas-, comienzan a avanzar a campo traviesa, sin protección alguna, contra las posiciones de los norteños, sólidamente atrincherados tras un extenso muro de piedra.
Son acribillados; unos pocos llegan a la muralla.
Son muertos, rechazados o capturados.
El ataque fracasa.
Gettysburg queda en poder del Norte.
Lee retrocede; la guerra se prolongará durante dos sangrientos años más.
¿ Qué mano invisible guió a esos 15.000 hombres del Sur a enfrentar la muerte, a sabiendas de lo que les esperaba en esa llanura, casi como una proclamada tumba a cielo abierto ?
ATLANTICO SUR, 21 de mayo de 1982.
Los británicos han logrado posicionar a gran parte de su “Task Force” en el estrecho de San Carlos.
Preparan el desembarco en las Malvinas, islas que, – bueno es recordarlo -, por Derecho, Historia y Geografía, pertenecen a la República Argentina.
Los buques de transporte de tropas se hallan protegidos por formidables defensas: radares, fragatas, cañones antiaéreos, cazas, misiles.
La Fuerza Aérea Argentina, no obstante, decide iniciar los ataques.
Los pilotos criollos – “bravos entre los bravos” – saben los desafíos que deberán afrontar: volar desde el continente hasta el estrecho a baja altura, casi sobre las olas, para eludir los radares.
Al llegar, deben e levarse por sobre las colinas que rodean el estrecho; luego descender, lanzar sus bombas sobre los objetivos – eludiendo el cañoneo antiaéreo, los misiles y los cazas británicos – ; ascender nuevamente y retornar hacia el continente, eludiendo la persecución.
Todo ésto, sin perder de vista la aguja que marca el nivel de combustible del avión.
Muchos – lo saben -, no volverán.
Sin embargo, apuran el desayuno (seguramente un café con leche y medialunas), y parten.
El resto lo conocemos por ser historia reciente.
Con grandes pérdidas, los argentinos escribieron una página destacada en el Libro de la Gloria.
¿ Qué motivó a estos pilotos ?
¿ La Patria, el coraje, la doctrina, el sentido del deber… qué ?
Los granaderos de la Vieja Guardia rumbo al horno en la cima del monte; los confederados yendo a estrellarse frente un muro de piedra y de yanquis; los pilotos argentinos volando hacia una nube de metralla y de misiles.
¿ Qué anima a los hombres en estas situaciones límite ?
¿ Qué fuerza interior los mueve a hacer abstracción de tiempo, espacio, afectos, raíces y dar el necesario paso adelante para avanzar, pese a saber lo que les espera ?
La única explicación posible es el sentido del honor.
Honor personal, del Regimiento, honor de la Patria depositado – fraccionadamente – en cada uno de esos hombres.
El honor: la llama del coraje.
Esto sólo es posible cuando los pueblos – y cada uno de sus miembros , saben que la causa es noble: es entonces cuando la hacen suya, la inhalan y están dispuestos a dar la vida por ella.
Los granaderos eran, en ese momento, Francia entera; los confederados – que creían en su causa – representaban a todo el Sur; los pilotos de 1982 eran la Argentina toda.
Frente a esta conducta humana, con lenguaje que incluye conceptos como “coraje”, “principios”, “dignidad”, “honor”, la escala de valores que hoy se nos propone como “Aldea global” no tiene – ni tendrá nunca, antídoto alguno.
Los seres humanos, los pueblos, son capaces de entender y comportarse por razones que están mucho más allá de cualquier “chip”; frente a ésto, la propuesta del “Mundo Uno” , por no contemplar esos otros valores, terminará, indefectiblemente, por estrellarse.
Acaso como los confederados frente al muro de piedra de Gettysburg.
Perdida la batalla, Napoleón debió abdicar por segunda vez; ésta, definitiva.
Poco tiempo después, se comenzó a valorar su figura como el gran constructor de la Francia moderna. Y de gran parte de Europa también.
Lee, perdidoso en Gettysburg, es venerado hoy por todo el pueblo norteamericano. El partidismo pasó; quedó la gloria.
¿ Y nuestros pilotos ?
¿ Nuestros marinos ?
¿ Nuestros mal llamados “chicos de la guerra ” ?
Con respecto a ellos, con respecto a la Gesta de Malvinas, estamos a tiempo.
No es necesario aguardar cien años más para rendir homenaje al honor, al coraje, a la dignidad, al sentido de Patria.
El desfile que está pendiente en la Repúbica Argentina desde 1982 podemos – todavía – , hacerlo hoy.
Fuente: www.albertodevita.com