6 octubre 2024

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Nuestra discusión sobre si las Malvinas son argentinas es un debate que los ingleses mantienen a sangre y fuego porque toca sus intereses y no por su falsa preocupación por los malvineses, denominados por los ingleses kelpers.

Por Juan Vera*

El Preámbulo de la Constitución Argentina expresa cuál es la visión de aquellos prohombres que la redactaron del por qué y para quién decidimos liberarnos. El por qué queda más que claro: SER LIBRES, de España y luego de toda dominación extranjera. El para quién está redactado de una manera tan perfecta y efectiva que no cabe otra interpretación: “para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en SUELO ARGENTINO”.

Por ello, los kelpers, los británicos, los chinos, los indios, los australianos, los africanos y todos los “hombres del mundo” pueden mantener su nacionalidad, su religión, sus afinidades, incluso sus posiciones políticas, sin nunca dejar de ser habitantes de nuestro suelo para lo cual sólo deben respetar nuestras leyes para un mejor convivir.

Pero el Preámbulo no se queda en simples palabras: las colonias judías, chinas, indias, japonesas, británicas, alemanas y tantas otras son una demostración cabal de nuestro planteo.

Por otra parte, el debate planteado por el Reino Unido sobre la auto determinación de los kelpers es una discusión sin sentido porque carece de fundamento jurídico. El deseo de los isleños de ser británicos es un deseo sostenido desde el 14 de junio de 1982/83, fecha en la que Inglaterra decidió, después de 150 años, contabilizarlos como ciudadanos británicos. Son tan británicos como los dueños de las estancias argentinas el Cóndor y otras tantas. Son tan británicos como quieran serlo y ese no es un problema para los argentinos. También pueden ser de cualquier otra nacionalidad, la Argentina los recibió, los recibe y los recibirá siempre con los brazos abiertos. Los tanos, los gallegos y tantos otros pueden dar fe de lo aquí planteado.

¿Más pruebas? Los kelpers son ciudadanos argentinos, nacidos y criados en nuestro suelo, en suelo argentino, que, en virtud de la prédica constante de toda la vida les permite pensar en inglés y sentirse todo lo ingleses que quieran. Pero no son ni más ni menos argentinos que los galeses que habitan el Chubut aunque deseen registrarse como británicos ¿Qué los inhabilita? Nada ¿Quién se los prohíbe? No son ni más ni menos argentinos que quieran ser porque nuestro país los considera ARGENTINOS por el solo hecho de haber nacido en nuestro suelo.

Entonces ¿de qué nacionalidad estamos hablando? ¿Qué impedimento existe para generar tamaño descalabro mundial? ¿Cuál es la verdadera llama que enciende tal anacronismo?

Estas preguntas se responden solas, todos sabemos de qué se trata, no hay inocentes. La verdad es una sola: el poder y la voluntad de ejercerlo y la verdad de esta historia es la proyección antártica y la discusión futura del tratado antártico y la explotación de sus recursos, la nacionalidad, la bandera. Los habitantes de las islas Malvinas no son un tema que preocupe a Gran Bretaña, a ellos sólo les inquieta el capital y el poder y es sólo desde ese punto desde donde se puede justificar tamaño gasto, semejante despliegue a más de 14 mil km de distancia. No es posible que los kelpers sean tan inocentes de creer que la corona piensa en ellos, ellos que no son más que la excusa perfecta para someter a un país soberano y abierto como la Argentina al vil y anacrónico colonialismo.

Durante 150 años sostuvieron una postura retrograda y autista. A pesar de los innumerables reclamos, la corona siguió en su tesitura, promovió una conflagración para quitarles a los británicos fondos suficientes como para armar una fortaleza en Malvinas. Consiguió, producto de sus genios en diplomacia, que la constitución europea tomara nuestro suelo insular como parte de su comunidad y, gracias a esa actitud, la acción diplomática y poder de veto en la ONU sostienen una postura extemporánea que viola las resoluciones de la misma comunidad de naciones unidas.
Hoy, a 179 años de la toma y expulsión de los ciudadanos argentinos que habitaban aquellas tierras, nuestra Presidenta habló en el Comité de Descolonización y, para refutar sus fundados argumentos, amenazaron con un plebiscito en las islas y pusieron a estudiantes a pedir por su libertad de elegir su nacionalidad. Difícil imaginar algo más absurdo.

Hemos demostrado al mundo nuestra actitud, en nuestro país todos somos libres sin importar raza, credo o posturas políticas. Hasta los empresarios británicos pueden dar fe de ello, los británicos residentes en nuestro país no podrían decir otra cosa, las empresas británicas que se desarrollaron y crecieron al calor de nuestras libertades son prueba evidente. Entonces, volvemos al principio: ¿Qué hace la diferencia entre nosotros y ellos? Sólo una cosa: la integridad territorial. Nadie puede aducir que en nuestro país faltan garantías para hacer buenos negocios, nadie puede pensar que si ondeara la enseña nacional en Malvinas, caducarían sus contratos o perderían sus pertenencias. Esos miedos los imponen desde Londres, pero son pocos a los que les conviene creer en ellos. Izar nuestro pabellón en las islas tendrá como efecto la posibilidad de aplicar las leyes argentinas y ninguna de ellas conculca derechos.

Ser un país libre y pacifista tiene costos, pero ninguno de ellos implica la sumisión a una potencia extranjera. El anacronismo propuesto por la política londinense, que pretende imponer el peso de submarinos nucleares y destructores de última generación -cabal demostración de su fuerza bélica y de su imbecilidad diplomática- demuestra que la política de las cañoneras está alejada de la realidad y en decadencia. Y que la unidad de América del Sur pondrá las cosas en su sitio, propulsándonos a un destino de grandeza.

*Juan Vera es Veterano de Guerra de Malvinas, tripulante del Crucero General Belgrano. Reflexión publicada en el periódico por primera vez en junio de 2012.