24 noviembre 2024
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Barcos chinos y coreanos realizan cacería de fauna protegida, como elefantes y lobos marinos de la Patagonia, que son faenados a bordo y cuyos órganos son transportados a través del puerto de Montevideo, al que se señala como epicentro de la pesca y el tráfico ilegal de fauna.

La información se conoció a través de un reporte de Milko Schvartzman, especialista en conservación marina del Círculo de Políticas Ambientales (CPA). La captura de pinípedos se lleva adelante tras el acceso ilegal al mar argentino. Según denuncian, “el 30 de diciembre pasado un tripulante del pesquero chino Lu Qing Yuan Yu 206, a su llegada a Montevideo, divulgó un video en el que se extrae de la bodega y se deposita en cubierta para su faena un ejemplar juvenil de aproximadamente un año de edad de elefante marino del sur (Mirounga leonina), que habría sido capturado durante su última marea”.

A los trabajadores pesqueros no los tratan con mayores cuidados. Este pesquero chino ya había aparecido en las noticias por descargar dos tripulantes fallecidos en 2017 en Montevideo con una diferencia de pocos meses. A las jornadas extenuantes, que pueden llegar a las veinticuatro horas de duración, sobrepasando todos los límites humanos y los derechos laborales más elementales, se agregan la falta de vestimenta y equipos de seguridad adecuados, la ausencia de medicación a bordo y la alimentación con productos vencidos.

“La empresa armadora del LQYY 206, Qingdao Ocean Fishery Group Co.Ltd., es uno de los mayores conglomerados de pesca de arrastre del mundo”, apunta el informe del CPA. La embarcación está emplazada en el puerto de Montevideo desde 2014, pero su zona de pesca está al borde de la zona económica exclusiva de Argentina.

No es el único caso: de acuerdo a lo consignado en el reporte de Schvartzman, la organización Environmental Justice Foundation informó en junio de 2020 sobre otros tres pesqueros coreanos que ingresaron ilegalmente a aguas territoriales de Argentina y cuyos tripulantes reconocieron haber cazado cientos de lobos y elefantes marinos para extraer dientes, hígado y genitales. Entre otras cosas, también confesaron haber realizado aleteo de tiburón, práctica brutal que consiste en capturarlos, cortarles las aletas y devolverlos al mar, donde inevitablemente perecerán por asfixia o desangrados.

Uno de estos barcos, el Oyang 77, fue capturado por pesca ilegal en el mar argentino en 2019. Junto al Oyang 75, fueron sistemáticamente denunciados por incurrir en estas prácticas y además en violaciones a los derechos humanos desde su llegada al puerto de Montevideo cinco años antes.

En 2019 en las playas de Piriápolis, Uruguay, una familia que realizaba tareas voluntarias de limpieza halló el cuerpo de un delfín franciscana (Pontoporia blainvillei) envuelto en los restos de una bolsa con la inscripción del pesquero coreano ‘Agnes 103’, que acababa de arribar a Montevideo. La franciscana es una especie en extinción y está protegida por las leyes de Argentina, Uruguay y Brasil.

Estas actividades ilegales y sumamente crueles no son el único problema para la biodiversidad del mar argentino. El periodista y escritor Patricio Eleisegui habla de la falta de controles estatales ante la depredación de los recursos de la plataforma continental y señala la amenaza que representa la flota china de altamar, que con unas trescientas embarcaciones hace pesca ilícita y, tras un paso escandaloso por las islas Galápagos y Perú, se dirigió a la Argentina. “Vienen por el calamar, una especie endémica y en peligro”, agrega.

Entre otras cosas, a Eleisegui le preocupa que no haya sanciones fuertes a estas prácticas en el mar argentino. “Solo se aplican multas que los pesqueros pueden pagar: no llegan a 150 000 dólares, las pagan en uno o dos días de pesca y vuelven”, explica.

La Cancillería argentina se ha dedicado a guardar silencio gestión tras gestión: países como Corea del Sur, Portugal, España y China saquean el Atlántico sur y en muchos casos se valen de mano de obra en condiciones de semiesclavitud, pero el Estado argentino no presenta ni una queja formal. En el caso de China, principal socio comercial del país, ese silencio es complicidad.

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