22 noviembre 2024
resistencia

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Recordación al Ejército que nació con la Patria y con un amplio sentimiento de religiosidad y moral cristiana…

Querido papá:

Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuenta de mis acciones a Dios, Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de la misión… Dios, que es un Padre generoso, ha querido que este hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria… Papá, hay cosas que en un día cualquiera no se dicen entre hombres, pero hoy debo decírtelas: gracias por tener de modelo de bien nacido; gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española; gracias por ser soldado; gracias a Dios por ser como soy, que es el fruto de ese hogar donde vos sos pilar. Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo. Dios y Patria ¡O muerte!”

Así, con estos términos, un soldado del Ejército Argentino, el teniente Roberto Néstor Estévez, se dirigía a su padre desde Sarmiento el 27 de mayo de 1982, antes de partir con destino a las islas Malvinas donde ofrendó su vida en defensa de la soberanía nacional. Un soldado de fe y de la Patria.

Otro testimonio que trae a mi memoria –tras celebrarse un nuevo aniversario cuando la Primera Junta dio a conocer la “Proclama y reglamento de la milicia”, que en sus disposiciones daba la primera organización a nuestro ejército patrio- es una carta de una madre que se dirige a un soldado argentino destinado a la zona en conflicto con las fuerzas británicas.

Posiblemente esta mujer, con lágrimas en sus ojos, un nudo en la garganta un rosario en una de sus manos, escribió estas líneas que le dictaba su corazón:

“Te llevo en mi sangre formas parte de mis latidos. Te siento crecer con la fuerza del que está determinado por un noble ideal; con la proyección del hombre que transponiendo barreras de lanza a la conquista de su propia identidad; con la decisión del que lucha por una causa justa; con el amor adherido a la tierra; con la valentía del, que defiende su patrimonio. Ya ves, te conozco más de lo que crees y ahora te tomo de las manos para derramarte mi aliento tibio. Eres un hombre –continúa diciendo la angustiada madre- y en este delicado momento por el que atraviesa nuestra Patria, siento que nos proteges. Sí, allá en el lejano Atlántico Sur has adquirido la estatura de un coloso, y desde todos los rincones del país contemplamos admirados tu figura. Nos asombras y nos conmueves. Tu natural modestia probablemente no te permita aceptar esto. No importa. La nación entera es testigo de tu proeza…”.

Hermoso sentir de una madre que se siente honrada de tener un hijo soldado en esos momentos tan cruciales en que vivió el país cuando buscaba el afianzamiento de la soberanía.

Merecen momentos de reflexión estos dos ejemplos con que he comenzado esta nota, que en esta oportunidad tiene por finalidad recordar a la gloriosa institución que germinó en los días de las invasiones inglesas, cuando el Cabildo de Buenos Aires, el 14 de agosto de 1806, dispuso organizar milicias en previsión de un nuevo ataque anglosajón. Según señala Ricardo Levene “así se formó la milicia ciudadana, verdadero plantel de nuestro ejército nacional”.

Se formaron cuerpos compuestos por criollos unos, y otros por peninsulares según la región. Los cuerpos criollos fueron los Patricios, Arribeños, Patriotas de la Unión, Húsares de Pueyrredón, Cazadores Correntinos, Granaderos Provinciales y un cuerpo de artilleros en el que sirvieron morenos y pardos.

Una vez producido el movimiento de mayo de 1810, a los cuatro días después del 25, se dispuso una nueva organización a las tropas que dejaron de ser milicias para convertirse en cuerpos veteranos. Los batallones pasaron a ser regimientos y para cubrir muchas plazas se procedió a “una rigurosa leva de todos los vagos y hombres sin ocupación conocida desde la edad de 18 años a 40”.

La Junta de Gobierno a continuación, después de incautarse de armas en poder de los opositores al nuevo gobierno, dispuso el envío al Alto Perú, la banda Oriental y el Paraguay de expediciones militares con el objeto de afianzar los principios revolucionarios que buscaba la libertad del Virreinato de, Río de la Plata.

Los documentos de aquella época dicen que la tropa destinada al Alto Perú, sobre las bases de las milicias, regladas, se remontó con esclavos donados por sus propietarios y vagos reclutados por las partidas de campaña y alcalde de barrio. La oficialidad se conformó con voluntarios que eran o habían sido oficiales de milicias y cadetes mayores de los 16 años que aspiraban a seguir la carrera militar.

En la expedición al Alto Perú se incorporó el auditor Feliciano Chiclana, quien ocupó el cargo de gobernador de la Intendencia de Salta tras deponer al último representante español Nicolás severo de Isasmendi.

De esta manera concluyo esta recordación al Ejército Argentino que nació con la Patria y con un amplio sentimiento de religiosidad y moral cristiana.

Por Andrés Mendieta