21 noviembre 2024
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El gobierno homenajeó el 25 de mayo, como “veterano de guerra” a un pescador gallego que actuó como espía de la Argentina durante el conflicto por la islas Malvinas y cuya historia había quedado en sigilo hasta hace poco. Se trata de Fernando Otero, un ciudadano de Bueu, un pueblo gallego en la provincia de Pontevedra, sobre la costa de las Rías Bajas.

De allí partió hace 35 años para abordar, como tercer jefe de máquinas, el pesquero Usurbill. Ignoraba, por entonces, que en ese viaje se convertiría en espía de mar al servicio del gobierno argentino. “Nuestra tarea fue localizar lo mejor posible a la Task Force”, tal como se denominó a la flota de ataque enviada por Margartet Thatcher, explicó Otero a LA NACION.

Fue un espionaje camuflado bajo la apariencia de lo que eran: pescadores con bandera argentina. La radio del pesquero, otrora usada para comunicarse con familiares en Galicia y con la empresa pesquera, pasó a estar en contacto permanente con los mandos militares. Para lo demás hubo silencio absoluto.

“Nos instruyeron brevemente”, dijo Otero. Un oficial de la Armada les dio unos figurines troquelados para identificar a las unidades de la flota británica y, para transmitir la información, se apeló a un código con aspecto inofensivo.

Palabras como “merluza”, “calamar” o “ballena” pasaron a significar “fragata”, “portaaviones” o “crucero”, según los casos. Así, la frase “parece que estamos cerca de un cardumen de merluza” podría significar algo bien distinto al negocio en sí.

“Están aquí ¿quiénes?”, contestó, como quien no quiere enterarse. “¡Los ingleses!”, escuchó.

“Estamos listos”, dice que pensó. Primero, se quedó paralizado. “Como en las películas de submarinos, cuando la tripulación está en silencio. Esperando que baje la carga de profundidad del barco enemigo”. Creyó que era el final.

“Nunca se me borró ese momento”. Luego, se puso en marcha. “Iba a haber jaleo”, de modo que activó la maniobra de achique, por las dudas. “Ha llegado nuestra hora”, pensó. “Sentía una piedra en el estómago. La sala de máquinas está por debajo de la línea de flotación y es donde la muerte es más segura y cruel”, recordó.

Los sobrevoló largo rato un Sea Harrier y luego, un helicóptero. Este último los barrió de proa a popa varias veces con sus relectores y no se les movía de encima. “Pensamos que iban a abordarnos, de modo que nos deshicimos de todo aquello que pudiera comprometernos”, dijo. Allí se fueron claves, figurines y anotaciones de todo lo que habían visto antes de ese momento. El recuerda especialmente al enorme Canberra, el transporte de tropas.

Todavía hoy conjetura sobre por qué tuvieron más suerte que el pequeño pesquero Narwal, que también hacía espionaje. A diferencia del Usurbill, que pudo regresar, aquel fue enviado a pique con dos disparos de misil. Hubo muertos y heridos.

El hundimiento del Narwal fue decisivo para el fin de la operación. “Mercado saturado, regresen a puerto”, fue la orden en clave que recibieron de Buenos Aires. “Esperen, estamos siguiendo un buen cardumen”, respondió el capitán. No hubo marcha atrás y regresaron. Allí supieron de la trágica suerte del Usurbill, con el que habían navegado juntos un trecho, al comienzo del conflicto.

Durante mucho tiempo, Otero no dijo nada de todo esto. “Nadie me dijo que guardara silencio. Pero pensé que era lo que correspondía”, explicó. Pocos en su casa supieron la razón de las pesadillas que lo persiguieron al regreso a Bueu.

El pescador retirado y feliz abuelo de cuatro nietos, asistió a la embajada de nuestro país donde fue  reconocido como Veterano de Guerra. Estarán el embajador Ramón Puerta y el agregado naval, capitán de navío Julio Hoffman.

Su caso es peculiar por varias razones. Porque no son muchos los Veteranos de Guerra extranjeros y menos, que hayan actuado de espías. En todo caso, será el cierre de una historia que Otero recuerda con orgullo.