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La historia dos veces milenaria del cristianismo refleja muchos nombres célebres que han contribuido al progreso de la civilización y las artes, en virtud de la fe y la devoción que su religión les inspiraba. Entre estos hay una categoría especial, reducida ciertamente en número pero mayor en excelencia, que demuestra de una manera singular la potencia vivificadora de la gracia cristiana identificada con la naturaleza humana. Esa categoría especial de personas es la de los Santos.
¿ Qué es un santo?
Un santo es un ser humano cuyas virtudes, al término de su carrera mortal, han sido tan excelsas que merecen la imitación de los demás mortales; cuyo poder de intercesión ha sido demostrado por la cantidad de personas que han buscado esa intercesión a través de la oración y la han hallado. La Iglesia otorga este título después de examinar de cerca la vida de dicha persona y de cerciorarse de la valía de esa intercesión.
¿Quién fue Patricio?
En esta categoría de hombres ilustres ubicamos a San Patricio, el apóstol de los irlandeses.
Patricio nació y vivió en una época que, en razón de cifras parece remota a la nuestra pues la historia señala el año 372 como el de su nacimiento y el 462 como el de su muerte; sin embargo la era comprendida por esas fechas, que abarcó la lenta disolución del imperio romano y los albores de un nuevo género de vida para el hombre occidental, poseyó muchas características parecidas a las del nuevo Siglo XX: un estilo de vida que envejece y muere entre estertores y agonías; otro estilo de vida que entre dolores y angustias nace a la vida.
Patricio descendía de una antigua familia de funcionarios del Imperio Romano, organización política que en el Siglo IV se extendía por todo lo que es Europa y parte del Medio Oriente y África. Los funcionarios de la Administración Imperial constituían una red humana que se extendía por todo el territorio y estaban sujetos a los traslados administrativos desde un punto del Imperio al otro; traslados que ahora implicarían el cruce de muchas fronteras, pero que en aquella época eran simples cambios de lugar. Su familia era ya de larga tradición cristiana, pues su abuelo y su padre, según Patricio nos cuenta en su Autobiografía, habían ocupado lugares importantes en las distintas colectividades cristianas por las cuales habían pasado en el curso de sus carreras administrativas.
Los historiadores discuten acerca de la ubicación del lugar donde nació San Patricio. El mismo, consigna en su autobiografía el nombre de su pueblo natal, pero resulta difícil, sino imposible, determinar si ese lugar pertenecía a la actual Francia, Escocia o Inglaterra del Sud. Lo que sabemos de cierto es que él habitó en su juventud cerca de la costa de un mar, que podría ser tanto el Océano Atlántico como el mar de Irlanda. Los Padres Palotinos Irlandeses regentean una parroquia rural del Sudoeste de Inglaterra, dentro de cuyos límites hay varios antiquísimos pueblos. En una loma que domina las aguas del canal de Bristol, situada en las inmediaciones del pueblo de Banwell la inmemorial tradición lugareña señala una pradera, carente ahora de habitación humana, de la cual se afirma que allí nació San Patricio. Efectivamente en aquella pradera, que este autor tuvo el placer de visitar, se hallan restos de una construcción muy antigua, con fragmentos de tejas romanas, y en las cercanías se ve todavía el trazado de una vía romana que, recta como la trayectoria de una flecha, conduce al puerto por donde los romanos exportaban el plomo que de esa región extraían. ¿Nació San Patricio en Banwell? Es uno de los secretos del pasado.
Lo cierto es que en un lugar de este tipo nació San Patricio y vivió con sus padres y hermanas hasta la edad de dieciséis años, época en que tuvo un lugar un hecho brutal que cambió el curso de su vida, y e los designios de la providencia, la vida de muchísimos millones de seres humanos. Antes de describir este hecho es menester referirnos a la isla de Irlanda, la avanzada más occidental de Europa hacia el Atlántico, la Ultima Thule de los antiguos geógrafos. Habitada desde el amanecer d la historia por una rama de la raza celta, aquel pueblo que se desparramó en la edad de piedra, quizás, por el occidente europeo y ha dejado retoños perdurables, que son los pueblos galaicos, los bretones, los galences, y los normandos. A excepción de los otros pueblos celtas, Irlanda nunca pasó bajo la dominación romana. Conservó su antiguo estilo de vida, su literatura autóctona, su cultura sorprendentemente elevada en algunos aspectos y su paganismo ancestral hasta la llegada de San Patricio. En la era del Santo la isla estaba dividida en cinco reinados que frecuentemente guerreaban entre sí y con los habitantes de los países continentales. A menudo bandas armadas de irlandeses cruzaban el mar de Irlanda o el Atlántico Norte hasta las costas de las Galias, arrasaban con las poblaciones, se apoderaban de sus bienes y reducían a los habitantes a la esclavitud, llevándolos de regreso a la isla en sus veloces embarcaciones impulsadas a remo.
A la edad de diez y seis años Patricio fue víctima de ese cruel destino, y en el asalto murieron sus padres; él y sus dos hermanas fueron llevados prisioneros, en calidad de esclavos hasta Irlanda. A Patricio le tocó en suerte un dueño que habitaba en Antrim, en el extremo norte de la isla y cuentan los historiadores que éste lo destinó a cuidar sus ovejas, lejos de toda habitación humana. Patricio había sido criado por sus piadosos padres en las tradiciones y los preceptos de la religión y ahora, privado del sostén de los suyos, sumergido en la pobreza y la humillación, rodeado por la naturaleza hostil y carente de todo consuelo humano, buscó aliento en las verdades de su religión heredada. Dice en su autobiografía, refiriéndose a esta etapa de su vida: “Después que llegué a Irlanda estuve dedicado a cuidar ovejas y oraba muchas veces durante el día y el amor de Dios, su fe y su temor crecieron en mí y mi espíritu se conmovía hasta el punto que diariamente rezaba un centenar de veces y durante las noches casi lo mismo y permanecí en los bosques y las montañas; antes del amanecer la nieve, el hielo y la lluvia me llamaban a oración y no sufría ningún daño de ellos, ni padecía entonces pereza alguna porque mi espíritu ardía dentro de mí”
Seis años duró el período de su cautiverio y al final de ellos una noche soñó que un barco había llegado a un puerto que distaba varios centenares de millas de ese lugar; y de inmediato huyó de manos de su injusto captor y dirigiéndose por senderos y caminos hasta entonces desconocidos por él llegó al puerto e indicó al capitán su deseo de embarcarse, el cual al principio lo rechazó duramente pero después le permitió ascender a la embarcación.
El viaje por mar duró tres días y después de tocar tierra la comitiva se internó por una región desierta. En un momento crítico de este penoso viaje, al faltarles alimento el capitán del barco, que era pagano, se dirigió a Patricio: ¿Qué dices tú Oh cristiano? Tu Dios es grande y omnipotente; ¿por qué no rezas tú?, pues perecemos de hambre y quizás no alcancemos mas a ver rostros humanos.” Y Patricio le contestó: “Vuélvete sinceramente al Señor mi Dios, para quien nada es imposible y El nos mandará alimentos hasta saciarnos, pues El lo hace abundar doquier. Y efectivamente así sucedió, pues apareció una piara de cerdos, de los cuales pudieron cazar varios y alimentarse. Luego dieron gracias a Dios y cobré mucho honor entre ellos”.
Después de las vicisitudes de su azaroso viaje a través del mar y del desierto, Patricio consigue reunirse con los miembros de su familia después de los seis años de amarga separación. Sin embargo, la alegría de esta reunión no llenó totalmente su corazón pues no podía olvidarse de los irlandeses, pues, a pesar del duro trato que le dispensaron y su paganismo los había aprendido a querer. Tuvo una noche un sueño misterioso en el cual le apareció un personaje que traía para él muchas cartas, y una de ellas contenía un mensaje enviado desde Irlanda por un grupo de personas cuyo trato había frecuentado ahí. Estos le reclamaban en estos términos: “Ven oh joven santo y mora de nuevo entre nosotros”. Patricio interpretó este sueño como una invitación divina a que volviera a Irlanda, esta vez no en calidad de esclavo sino de predicador de la libertad cristiana. Decide en consecuencia abrazar la carrera eclesiástica y prepararse para la vida misionera.
Patricio tenía un pariente cercano que en su juventud se había convertido al cristianismo después de haber sido soldado imperial y luego, ordenado sacerdote, fundó un monasterio y finalmente fue nombrado Obispo. Era este el célebre Martín de Tours, a quien la Iglesia decoró mas tarde con el título de Santo. Patricio acude a su pariente Martín y le manifiesta cuál es el deseo de su corazón; ingresa en el Monasterio fundado por Martín, cerca de la ciudad de Tours y pasa ahí varios años, preparándose en las ciencias sagradas y en el ejercicio de la virtud. Pasa luego al monasterio de Auxerre donde el célebre San Germán había levantado una casa de estudios superiores. Allí San Patricio es ordenado sacerdote y espera pacientemente, mientras continúa con sus estudios y hace vida monacal en el establecimiento, hasta que la Providencia señale la hora para que comience su apostolado.
Era ésta la época del derrumbe del imperio Romano. La grandiosa organización imperial no se desplomó de golpe, como relatan los historiadores, sino que lenta y paulatinamente se fue disgregando, habiendo comenzado el proceso en los grandes núcleos urbanos del Imperio. El cristianismo había perneado todos estos centros urbanos y al ver ahora los cristianos que sus puntos de apoyo para la religión estaban disolviéndose, vieron la necesidad de construir una nueva cristiandad entre los pueblos bárbaros cuyo vigoroso empuje y vitalidad desbordante estaban causando la destrucción del imperio carcomido por dentro por la molicie. Pusieron su mirada en las tierras lejanas, en las tribus salvajes pero viriles aún no convertidos al cristianismo y decidieron llevarles el mensaje del Evangelio. San Celestino, el romano Pontífice de esa época, era un gran Papa misionero que decidió emprender la conversión de los habitantes de Irlanda entre quienes hasta entonces no había podido penetrar misionero alguno. Envía a Irlanda a un obispo llamado Paladio para que comenzara la tarea, el cual desembarca en la isla pero es expulsado y la tentativa fracasa. Se entera Patricio de esta iniciativa infructuosa y se siente inspirado por la Providencia a ofrecer sus servicios a la Santa Sede en vista de que toda su vida eclesiástica ha sido orientada hacia ese apostolado; posee además el valioso aporte de conocer las costumbres y el idioma de los irlandeses.
Viaja Patricio a Italia con el beneplácito y la bendición de sus superiores, se entrevista con el Papa Celestino, a quien manifiesta sus anhelos y éste lo envía consagrado ya Obispo a que emprenda la tarea. Reúne Patricio alrededor de si a un grupo de celosos misioneros y se embarca para Irlanda.
La religión de los irlandeses consistía en el culto de los dioses pues eran politeístas y creían que sus divinidades se mostraban especialmente a través de los fenómenos de la naturaleza. Los árboles, las fuentes, los ríos y las montañas eran encarnaciones y lugares de residencia de sus divinidades y los sacerdotes paganos hacían sus cultos y ofrecían sus sacrificios en las cercanías de esos objetos. A pesar de su paganismo, no era el pueblo irlandés un pueblo inculto; poseía un idioma escrito, con una literatura vasta; el pueblo era gobernado por medio de códigos administrados por jueces severos.
Patricio y sus compañeros desembarcaron en la costa oriental de Irlanda en el año 432 pero fueron resistidos por los habitantes del lugar y debieron tomar nuevamente las naves y luego de otra tentativa de desembarco cerca de la actual ciudad de Dublín, finalmente fueron acogidos en el norte del país, donde su predicación logró de inmediato algunos convertidos. Al inquirir noticias de su antiguo dueño cuyo esclavo había sido, Patricio se informó que vivía aún y emprendió viaje para entrevistarlo y convertirlo. Llegó hasta la morada donde había sido esclavo y pudo hablar con su antiguo señor, pero éste rechazó la predicación de Patricio y según cuenta la tradición, el demonio lo impulsó a suicidarse. Tuvo empero la alegría de convertir al cristianismo a varios miembros de su familia y alguno de sus antiguos compañeros.
Anualmente, alrededor de la época de Pascua, se solía celebrar una gran fiesta pagana en un punto céntrico de la isla donde acudían los reyes menores, los nobles y el pueblo, al llamado del Alto Rey. Existía una disposición, cuya violación se castigaba con la muerte, de que ninguna luz, ni ningún fuego debía encenderse en punto alguno de Irlanda mientras duraba esta fiesta hasta tanto que se encendiera el nuevo fuego en la residencia del Alto Rey y su corte.
Patricio se dirigía hacia el lugar de esta reunión, con el objeto de entrevistarse con esos grandes personajes a fin de explicarles su pacífica misión y predicarles la buena del Evangelio. Cuando estaba ya cerca del lugar, el calendario cristiano señaló la fecha para la celebración de la Resurrección del Señor, que como se sabe, exige la bendición del nuevo fuego. El y sus compañeros celebraron entonces el ritual cristiano como de costumbre pero el Alto Rey no tardó en enterarse de que contra la prohibición se había encendido un fuego con anterioridad al suyo. Airadamente hizo llamar a su presencia a este atrevido extranjero que se permitía violar tan descaradamente las leyes del lugar. Comparecieron Patricio y sus misioneros, inermes ante la corte armada, munidos sólo de sus breviarios, sus ejemplares de los libros sagrados y sus crucifijos. Le interroga el Rey acerca de sus propósitos y comprueba con extrañeza que este extranjero conoce perfectamente su idioma y sus costumbres. Patricio hace un largo alegato sobre el significado de la Resurrección del Señor que priva sobre todos los ricos y costumbres del paganismo porque ella está asentada en la verdad; aprovecha además la ocasión para explicar los otros misterios cristianos. Es escuchado con vivísima atención por todos los presentes, muchos de los cuales manifiestan su intención de estudiar mas de cerca los enunciados cristianos y de convertirse al cristianismo. No así el Alto Rey, el cual afirma que morirá en los ritos heredados de sus padres, pero sin embargo tan de cerca ha tocado a su corazón la predicación de Patricio que ha llegado al convencimiento de que su misión es pacífica y le otorga permiso para predicar libremente el cristianismo en todo el reino y le autoriza a construir iglesias y monasterios que juzgue convenientes.
Desde ese momento Patricio y sus compañeros se dedican a recorrer todo el país, predicando el Evangelio y organizando la Iglesia. Un éxito asombroso acompaña sus esfuerzos. En el espacio de pocos años todo el pueblo es bautizado e innumerables jóvenes de ambos seños ingresan en los estados monacales; el país se puebla de monasterios. Las Iglesias y Catedrales de la fé cristiana se levantan por doquier; el paganismo desaparece totalmente de la isla y el pueblo todo comienza a vivir la vida cristiana. Se señala como un hecho notable en la conversión del pueblo irlandés que a diferencia de lo acaecido en otras naciones, éste se hizo cristiano sin mártires; es decir, que el pueblo aceptó con alegría y casi con naturalidad el mensaje sobrenatural del cristianismo. Este hecho singular se debe a la gran austeridad de la vida, a los ayunos y mortificaciones, a la sinceridad patente y al evidente desinterés de Patricio y sus compañeros, los cuales impresionaron al pueblo no sólo con sus palabras sino con la muda y decisiva evidencia de sus prácticas.
Muchos lugares de Irlanda conservan todavía rastros históricos de la predicación y de la vida austera de San Patricio. Tenía él la costumbre, al visitar una localidad, de aproximarse a las fuentes y otros lugares como sagrados por los paganos. Solía impartir solemnemente la bendición cristiana a dichos lugares y predicando las verdades del cristianismo lograba que la veneración pagana, que los antepasados de sus oyentes rindieran a tales lugares y objetos, se transformara en el culto del verdadero Dios. Hasta el día de hoy se señalan muchas de esas fuentes y vertientes de agua que la religión cristiana vincula con el nombre y la autoridad de San Patricio. Existen también dos lugares donde San Patricio practicó austeridades singulares cuyo recuerdo sigue aún animando al pueblo cristiano en el respeto y en la práctica de la austeridad cristiana. Uno de esos lugares, situado en el oeste de Irlanda, es llamado el monte de Patricio y según la tradición el Santo se retiró a la cima del monte para ayunar por el espacio de cuarenta días y cuarenta noches, durante los cuales rogó constantemente que Dios le concediera tres gracias.
En un momento dado se acerca un ángel que le dice que puede interrumpir su oración porque una de las gracias está concedida, a saber, que el pueblo de Irlanda no abandonará nunca la fe cristiana.
El Santo le contesta al ángel que perseverará en la oración porque su pedido no está exhausto. Vuelve nuevamente el ángel y le comunica que la segunda gracia es concedida: que Patricio será el juez de los irlandeses el día del juicio final. De nuevo manifiesta Patricio que ha de continuar hasta que todas sus oraciones sean escuchadas.
Por tercera vez vuelve el ángel y le comunica la postrera gracia y le comunica la postrera gracia, que ningún descendiente de aquellos que él ha convertido y que han sido bautizados e invoquen a Dios en el trance, morirán impenitentes.
Anualmente se hace hasta la cima de ese monte una gran peregrinación a la que asisten centenares de miles de devotos creyentes que recuerdan esta tradición y se colocan bajo el amparo del gran nombre de San Patricio.
Existe también en una pequeña isla, ubicada en el centro de un lago – titulado el lago Rojo- un lugar de penitencia llamado el Purgatorio de San Patricio, donde se afirma que se recogió por largo tiempo el Santo para purgar en vida sus faltas e imperfecciones. A este lugar acuden en tandas, cantidades grandes de personas que durante tres días ayunan a pan y agua y dedican el día y la noche a la oración.
Patricio pasó los últimos años de su vida en la soledad, la oración y la penitencia en las cercanías de la ciudad de Armagh, donde había creado la sede primicial de Irlanda. Llegaba al término de su existencia, después de haber construido una jerarquía eclesiástica para todo el país, consagrado los Obispos que ocuparan las sedes episcopales y bendecidos los abades y las abadesas que rigieron los numerosos monasterios que él había hecho construir para albergar a los numerosísimos jóvenes y doncellas que abrazaron la vida monástica por su inspiración. Llegó finalmente la hora de cerrar sus ojos a este mundo, la hora de pasar a la eternidad para gozar interminablemente de la vista a ese Dios cuyo reino había dilatado por la dedicación constante y tesonera, cuya cruz y cuyo altar había colocado en todos los montes y las llanuras de Irlanda en reemplazo de los símbolos de la idolatría.
La elección de la ciudad de Armagh para sede primacial de Irlanda es objeto de una simpática leyenda que se halla referida en un famoso manuscrito del siglo noveno, conservado en la Biblioteca de la Trinidad en Dublín, cuyo texto es considerado como uno de los ejemplares mas bellos de la ilustración del alto medioevo. Esta narración dice que, acercándose Patricio a la ciudad de Armagh, conoció por inspiración divina que allí debía levantar una Iglesia primacial. Se dirigió a un hombre principal de la región, solicitándole que le donara un terreno para la iglesia en una colina al norte de la ciudad. Este personaje que se llamaba Daire, “hombre próspero y venerable”, según el texto, no accedió al pedido y en cambio le ofreció otro mas al sur. San Patricio aceptó el ofrecimiento sin observación, pero poco tiempo después Daire fue víctima de una violenta fiebre que lo llevó hasta las puertas de la muerte y su mujer, desesperada, acudió a Patricio, el cual lo visitó, lo aspergió con agua bendita y Daire se vio librado de su peligro.
“Algún tiempo después de su curación, prosigue el relato, Daire hizo una visita a Patricio para agradecerle y cumplimentarle, llevando de regalo una caldera de bronce, traído de allende los mares. “Esto es tuyo, Oh cristiano” le dijo. Patricio aceptó el regalo, limitándose a agradecer con las palabras latinas: Deogratias.
Vuelto Daire a su casa, hizo esta reflexión: “Este extranjero es un tonto, porque no tuvo mas gratitud por un regalo tan hermoso que esa mezquina palabra”. Ordenó entonces a sus sirvientes que llegaran hasta la morada de Patricio y reclamaran de vuelta la caldera. Vueltos con la caldera, Daire les preguntó que había dicho Patricio y ellos le dijeron: “Deogratias”.
Entonces Daire hizo esta reflexión: “Deogratias cuando recibe, Deogratias cuando entrega. Debe ser una palabra de gran poder. “Resolvió ir personalmente a ver a Patricio, llevando de nuevo la caldera y le dijo: “La caldera quedará en tu poder, porque eres un hombre tranquilo e imperturbable. Además aquella porción de tierra que deseaste será tuya.” Patricio y Daire fueron juntos a contemplar el lugar y encontraron allí un ciervo con una cervatillo, yaciendo en el punto donde está ahora el altar mayor de la Iglesia y los hombres de la comitiva quisieron cazar la cervatillo, pero Patricio se lo impidió. Se acercó al animalito, lo tomó y lo puso sobre sus hombros y seguido por el ciervo, se encaminó hasta una pradera cercana, y allí lo soltó.”
Esto se halla escrito en un documento del siglo noveno. Algunos siglos mas tarde el edificio de la iglesia primacial de Armagh, levantado en el sitio elegido por San Patricio, pasó a manos del culto invasor, cuando, en el siglo dieciséis, la iglesia católica en Irlanda fue despojada de todos sus bienes. Pero llegó el día en que los católicos irlandeses pudieron reconstruir sus iglesias y catedrales y se afirma que la nueva catedral católica de Armagh se levantó en el preciso lugar donde San Patricio soltó a la cervatillo en aquel día cuando no había ningún templo del Señor en Armagh.
El año de su muerte fue el 462 y el día según la tradición, fue el 17 de marzo.
La biografía mas famosa de San Patricio, titulada “Tripartita”, escrita poco tiempo después de su muerte, se refiere a su tránsito a la inmortalidad e estos términos: Hombre verdaderamente justo fue éste; de naturaleza pura como los patriarcas; peregrino verdadero como Abraham; manso como Moisés; salmista como David; émulo de la sabiduría como Salomón; vaso elegido para proclamar la verdad como Pablo; hombre lleno de gracia y conocimiento del espíritu como el amado discípulo Juan; vergel hermoso; viña fructífera; fuego ardiente; león por su fuerza y poder; paloma por su mansedumbre y humildad; serpiente en sabiduría y astucia para el bien; manso, humilde y misericordioso para los hijos de la vida; terrible a los hijos de la muerte; siervo de la labor y del servicio de Cristo; rey en dignidad y poder. Después de grandes milagros – la resucitación de los muertos, curación de los leprosos, los ciegos, los sordos y de toda suerte de enfermos; después de consagrar obispos, sacerdotes y diáconos, bautizar multitudes, fundar iglesias y monasterios; después de destruir ídolos y las artes del paganismo se acercó la hora de la muerte de Patricio. Recibió el Cuerpo del Señor de manos de un Obispo y consignó su espíritu a Dios. Su cuerpo yace aún en la tierra, honrado y reverenciado. Grande es su honor en esta tierra, pero mas grande será en el día del juicio cuando se conocerán los frutos de su enseñanza, en unión de los otros apóstoles y discípulos del Señor; en unión con los nueve coros de ángeles; en unión con la Santísima Trinidad, cuya misericordia invoca el que esto escribe por la intercesión de Patricio.
Poseemos también el texto de una oración compuesta por San Patricio, que refleja plenamente su sometimiento a la Providencia Divina y su sentido de la presencia de Dios. Esta oración es llamada el Pectoral de San Patricio porque constituye en lo espiritual lo que los pectorales, o armaduras colocadas sobre el pecho del guerrero, pretendían asegurar en el orden material.
Sus frases finales son éstas:
Cristo protégeme hoy,
Contra el veneno, contra los incendios,
Contra el agua, contra las heridas,
Para percibir el premio.
Cristo conmigo Cristo delante de mí,
Cristo detrás, Cristo dentro de mí,
Cristo por debajo, Cristo por encima,
Cristo a mi diestra, Cristo a mi izquierda,
Cristo en la fortaleza,
Cristo guiando la carroza,
Cristo en la popa del barco,
Cristo en el corazón de todo hombre que piensa en mí,
Cristo en la boca de todo hombre que habla de mí,
Cristo en todo ojo que me ve,
Cristo en todo oído que me oye.
Me obligo hoy con fuerte ligadura
A la invocación de la Santísima Trinidad,
La fe de la Trinidad en la Unidad
El creador de todos los elementos.”
La cristiandad fundada por San Patricio no decayó por cierto con su muerte; al contrario, los obispos, los sacerdotes, los monjes y el pueblo entero se siguieron inspirando en las enseñanzas que él les había legado, hasta el punto que Irlanda se constituyó en faro luminoso de aquellos siglos que los historiadores suelen llamar oscuros. A las escuelas y monasterios irlandeses acudían alumnos desde todos los puntos de Europa ocupada por los bárbaros para instruirse en las ciencias sagradas y profanas, de manera que la isla era denominada Isla de Santos y doctos. Desde Irlanda, durante los siglos sexto, séptimo, octavo y noveno, partieron innumerables expediciones misioneras para evangelizar a las tribus paganas que se habían instalado en los países que antiguamente habían sido baluartes cristianos. Gran Bretaña, Escocia, Escandinavia, Las Galias, Alemania, Polonia, Italia, todos acusan la influencia del monasticismo irlandés y de su espíritu evangelizador, como consta por el elevado número de santos irlandeses que aún se veneran en dichos países. San Columbano y San Donato en Italia; San Fiacre en Francia; San Columba en Escocia; San Fridolin en Alemania; San Virgilio en Austria y otros muchos que sería largo citar, testimonian la eficacia de los misioneros irlandeses.
La firmeza en la fe que mostró San Patricio es la característica que mas firmemente se grabó en los católicos irlandeses. A pesar de todas las tentaciones y de los largos siglos de dominación política protestante, los habitantes de Irlanda permanecieron fieles a su antigua fe. En el siglo XIX y lo que va del XX las condiciones económicas de Irlanda obligaron a una parte sensible de su población a emigrar. Los hijos de San Patricio llevaron consigo su fe tradicional y en consecuencia encontramos espléndidas catedrales y templos levantados en honor del Santo de la raza en lugares tan importantes como Nueva Cork, cuya Catedral está dedicada a San Patricio. Lo mismo debe decirse de Sydney en Australia, de Wellington en Nueva Zelanda y muchas otras ciudades del nuevo mundo. Se estima que en todo el mundo hay mas de dos mil quinientas iglesias dedicadas a San Patricio. En la República Argentina se conocen once.
Un relato contemporáneo nos refiere que en una ocasión San Patricio enseñaba el dogma de la Santísima Trinidad a unos oyentes que no atinaban a retener en su memoria los términos del misterio. Se inclinó el Santo hacia el suelo y recogió una hoja de trébol y con este elemento les explicó los términos esenciales de la doctrina; la talla única, que simboliza la unidad divina, los tres pétalos que simbolizan las tres Personas en un solo Dios. El Trébol es honrado por los irlandeses, que gustan utilizarlo como elemento decorativo en sus iglesias y suelen en la recurrencia del 17 de Marzo, fiesta de San Patricio llevar unas hijas de trébol en la solapa.
Otra tradición antigua afirma que San Patricio solicitó de Dios la gracia de que Irlanda fuese para siempre liberada de insectos y serpientes ponzoñosas y que su oración fue aceptada. Por eso los artistas suelen representarlo de pie cerca de la costa del océano y ante su gesto adusto las serpientes huyen de la tierra a internarse en el mar.
Se cuenta también que en una ocasión al bautizar a un príncipe pagano el Santo afirmó, sin darse cuenta de ello, la punta acerada de su cayado episcopal en el pie del bautizando, produciéndose una profunda herida en dicho miembro. Terminada la ceremonia el Santo se percató de lo sucedido y al inquirirle al príncipe por qué no se había quejado por la herida y por el dolor, éste respondió: “Pensé que sería parte de la ceremonia”.
En premio de su constancia, humildad y sencillez de espíritu el Santo le dijo: ” Ni tú ni nadie de tu linaje morirán violentamente”.
Los artistas sagrados suelen conmemorar esta leyenda representándolo a San Patricio con un báculo de punta acerada en su mano.
Dos escritos auténticos de la pluma de San Patricio han sobrevivido hasta el presente. Estos documentos son su “Confesión” y su “Carta a Caroticus”. El primero es la autobiografía de San Patricio donde relata, hacia el fin de su vida, todas las vicisitudes de la misma, refiere las gracias que Dios le brindó, con gran humildad y sencillez se queja de su imperfecta correspondencia con los dones divinos y exhorta a sus hijos espirituales a permanecer siempre fieles a la fe que les ha predicado.
La “Carta” es una misiva a un pirata galense el cual hacía excusiones a Irlanda para capturar jóvenes y reducirlos a la esclavitud; San Patricio protesta amargamente contra esta práctica inhumana y lo amenaza con el castigo divino si no se arrepiente y se enmienda.
En San Patricio admiramos la virtud de la fidelidad. Dedicó su vida entera a la empresa de la conversión de un pueblo y a pesar de todos los inconvenientes y los obstáculos lo realizó plenamente. Admiramos también su confianza en Dios; no dispuso de medios materiales de ninguna especie en su empresa; se apoyó únicamente en la Providencia Divina que lo amparó plena y totalmente. Admiramos asimismo su humildad que lo llevó siempre a atribuir a Dios todos los prodigios y milagros que fluyeron de sus manos.
Admiramos su austeridad y su espíritu de penitencia que lo llevaron a practicar mortificaciones y penitencias que nos llenan de asombro y admiración y ojalá nos muevan a imitarlo, cada uno en la medida de lo que pueda y necesite. San Patricio, ruega por nosotros.
Por JUAN SANTOS GAYNOR
Sacerdote Palotino