21 noviembre 2024
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Hacia el año 1630, un portugués, de nombre Antonio Faría de Sá, hacendado de Córdoba del Tucumán, pidió a su amigo Juan Andrea, marino, que le trajese del Brasil una imagen de la Concepción de María Santísima con el propósito de venerarla en la Capilla que estaba fabricando en su estancia. Juan Andrea le trajo no una, sino dos imágenes de Nuestra Señora, que llegaron al puerto de Buenos Aires.
Una, según el pedido, era de la Purísima Concepción; la otra, del título de la Madre de Dios con el niño Jesús dormido entre los brazos.
Ambas imágenes fueron colocadas en dos cajoncillos y subidas a una carreta. Al llegar a las orillas del Río Luján, en la estancia de Rosendo, los troperos se detuvieron allí para pasar la noche. Al día siguiente, una clara mañana de Mayo, queriendo proseguir el camino no pudieron mover la carreta. Admirados de la novedad pasaron a individualizar la causa y declaró el conductor del convoy: “Aquí vienen dos cajones con dos bultos de la Virgen, que traigo recomendados para una capilla”. Cuando abrieron el cajón, hallaron una bella imagen de Nuestra Señora de la Concepción, de media vara de alto y con las manos juntas ante el pecho.
Fue entonces cuando un joven negro llamado Manuel– dijo: “Sáquese de la carreta uno de los cajones y observemos si camina”. Así se hizo, pero en vano. “Truéquense los cajones”, replicó él mismo. Entonces ocurrió que al cambiar los cajones y al tirar los bueyes la carreta se movió sin dificultad. Desde luego entendieron los arrieros tal disposición del Cielo de que la imagen de la Virgen encerrada en tal cajón debía quedarse en aquel paraje y así siguieron con la otra a su destino

Hacia 1681, cuando todavía la Santa Imagen de la Virgen se hallaba en el Oratorio de Doña Matos y se estaba levantando la Capilla, ocurren hechos milagrosos sobre el negro Manuel que hallaba a la Virgen Santísima llena de rocío muchas mañanas, y con abrojos en el vestuario, y que empezaba él a decirle que qué necesidad tenía de salirse de su nicho, siendo poderosa para obrar cualquier maravilla, sin salirse de él.

La imagen de la Virgen que llegó en 1630 al Río de la Plata es brasileña, hecha en terracota (tierra cocida) en el valle de Paraiba, San Pablo, donde en el siglo XVII, había una importante producción de esculturas de ese material. Mide 38 cm. Está de pie sobre un nimbo de nubes donde aparecen cuatro cabezas de ángeles. A ambos lados de la figura se ven las puntas de la luna en cuarto creciente. Tiene las manos juntas sobre el pecho. Estaba totalmente policromada, siendo el manto azul cubierto
de estrellas, y la túnica roja.
El padre De Los Ríos, en una visita canónica a Luján en 1737, dispone que cada tres meses se renovara el vestuario de la Virgen. En 1904, Juan Nepomuceno Terrero, Obispo de La Plata –Diócesis a la que por ese entonces pertenecía Luján-, ante el evidente deterioro de la imagen a causa de la desintegración de la arcilla con la que fuera construida, mandó hacerle una cubierta de plata, que dejó a la vista solo el rostro y las manos. Dicha cubierta, de autor anónimo, es de perfil cónico y está compuesta de dos piezas que se unen en el costado de la imagen. La frontal remeda túnica y manto. Ambas están repujadas y cinceladas imitando telas con roleos vegetales y un galón en el borde del manto.
La cubierta de plata sólo se hizo para preservar la figura de María, porque se la siguió vistiendo con trajes de tela. Desde esa época se le superpone el cuarto creciente por delante del manto con que se la viste. Es ya tradición que dicho manto se le cambie una vez al año, en fecha cercana al 8 de mayo, día de la Coronación.

Hacia el año 1671, Ana de Matos, mujer acaudalada de Buenos Aires, que conocía de cerca el milagro de Luján, dolorida por el abandono en que quedaba la Santa Imagen, se se acercó al Cura de la Catedral, Presbítero Juan de Oramas, medio hermano del Pbro. Diego Rosendo de Trigueros, para pedírsela o comprársela.
Debido a la soledad de los campos y sin materiales convenientes no fue fácil construir una Capilla por lo que se procuró un modesto Oratorio, junto a la casa de Doña Matos. Al cuidado del culto fue puesto el Negro Manuel, su fiel servidor. Hacia el año 1677 empezó la obra de la Nueva Capilla construida con material de ladrillos cocidos y se concluyó hacia 1685 celebrando la colocación de la Imagen en su nicho.
En 1681 –según el historiador Maqueda- ya se veneraba la imagen vestida.
El 2 de octubre de 1682 doña Ana dona tierras a la Santa Imagen de Luján con la condición de que la Imagen ha de estar perpetuamente en dichas tierras; así se convertía en oficial y pública la Capilla de Nuestra Señora al pasar al dominio de la Iglesia la posesión de ese lugar sagrado y también daba origen y fundamento a la verdadera fundación de la actual ciudad de Luján.

El Padre Maria Salvaire, francés, a los pocos meses de su ordenación como sacerdote,
los superiores lo mandaron a la Argentina. El 3 de diciembre de 1871, visitaba el Santuario de Luján, unido a la primera gran peregrinación de los católicos argentinos, motivada por la horrible epidemia de fiebre amarilla.
En el año 1872, los Padres de la Congregación de la Misión tomaban a su cargo la atención de la Parroquia y Santuario de Nuestra Señora de Luján y el 20 de mayo, viene a Luján, como teniente cura del Padre Eusebio Fréret, el joven sacerdote Jorge María Salvaire, para ayudarle en su ministerio pastoral a la sombra de tan bendita Madre. El 26 de diciembre de 1873, lo envían los Superiores a misionar entre los indios y permanece entre ellos dos años, predicando el evangelio con incansable afán.
Deja el Padre Salvaire el Santuario de Luján para ir a misionar entre las tribus de los indios. Salvaire cuenta en uno de sus apuntes de viaje a los toldos del Cacique Namuncurá, que ya algunos de esos indios tenían filial devoción a la Virgen de Luján. Bien recibido al principio, cambian las suertes por calumnias propaladas en la tribu debido a una peste de viruela que desencadena en las tolderías. Es hecho prisionero y condenado a morir alanceado por ser portador de enfermedades, como así lo propalan sus enemigos que veían peligrar sus ilícitas ganancias con la conversión de la indiada. Era a fines del año 1875 y un voto y un milagro de la Virgen de Luján lo salvaron. Eran los últimos días de octubre. Salvaire se siente solo y abandonado, y en aquella hora suprema recurre al Señor y a la Virgen de Luján haciendo voto de propagar su culto y de dar a conocer su historia. Fue escuchado y pudo volver sano y salvo. A principios de enero de 1876 llegaba de nuevo al Santuario de Luján, pero en 1881 sale otra vez el padre Salvaire al desierto en una misión que tuvo por objeto recorrer las soledades de la pampa, para llevar a esos lugares la vida cristiana.
El Padre Jorge María Salvairese muñido de las necesarias credenciales de los Señores Obispos de las regiones del Plata, parte a Europa para pedir al Papa León XIII la coronación pontificia de la Virgen de Luján, el año de 1886. Con las preciosas piedras y alhajas que llevara consigo hace construir en París la graciosísima corona que circundará las sienes de la Virgencita de Luján, y que el Papa en persona bendice benévolamente.

El 8 de mayo de 1887, en un marco de inigualada magnificencia, en un ambiente de exaltación y ante unas 40.000 personas, Monseñor León Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, en nombre y representación del Sumo Pontífice corona solemnemente la antigua y verdadera imagen de Nuestra Señora de Luján.


El 15 de mayo siguiente, Mons. Aneiros, bendecía la piedra fundamental que debía servir de base a la atrevida empresa de la grandiosa Basílica, que se levanta hoy en honra a la Celestial Protectora del Plata. El 18 de noviembre de 1889 ya nombrado párroco, escribe el P. Salvaire una solicitud al Sr. Arzobispo, a fin de poder comenzar las obras de la proyectada Basílica.
El 6 de mayo de 1890 se abrían y bendecían los cimientos de la futura Basílica con gran solemnidad.
El 25 de mayo de 1889, el P. Jorge María Salvaire tomaba posesión como Párroco de Luján y Capellán de la Virgen. Después de vencer muchas dificultades, el 4 de mayo de 1890, trazados ya los planos y elegido el estilo gótico, dieron comienzo las obras de la actual Basílica.

La aprobación alentadora del Arzobispo, que asumió toda la responsabilidad, lo orientaba a no gastar en la construcción, más de lo que entrara.
Cuando la Comisión objetó los planos por lo grandioso de la construcción, dijo el Arzobispo Aneiros. La Virgen quiere este templo.
En 1910, Mons. Terrero bendijo solemnemente las naves de la Basílica, habilitándolas para las celebraciones culturales mientras se continuaba la construcción del resto.
El grandioso órgano de la Basílica, construido en la casa Cavaillé-Coll de París, de 49 registros reales, fue inaugurado a mediados de 1911.