6 octubre 2024

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Bajo la arena de las playas de las islas Malvinas, siguen existiendo cientos de minas antipersonales y otros explosivos usadas durante el enfrentamiento de Reino Unido y Argentina por la soberanía de las islas, conocido como la Guerra del Atlántico Sur, entre el 2 de abril y el 14 de julio de 1982.

Afortunadamente las minas no son problema para los pingüinos, no al menos para los magallánicos y para los gentú de Bahía Yorke.

“Al parecer no son lo suficientemente pesados como para activarlas”, dice Esther Bertram, la directora ejecutiva de la organización británica no gubernamental Falklands Conservation.

Al otro lado de la cerca, protegidos de la invasión humana, estas aves han llevado una vida tranquila sobre su campo minado.

“Las minas son horribles y muy difíciles de eliminar. Prácticamente te tienes que arrodillar y quitar la arena y la tierra con tus manos, y trastornar así el ecosistema”, dice Paul Brickle, el director del Instituto de Investigación Ambiental del Atlántico Sur (Saeri), una organización de académicos con sede en Puerto Argentino.

Entonces, “¿cuál es el beneficio de retirarlas?”, se pregunta.

De hecho, al menos al inicio, no toda la población de la isla -unas 3.000 personas- apoyaba el desminado. “La idea no les entusiasmaba, para decirlo sin rodeos”, dice Barry Elsby, miembro de la Asamblea Legislativa de las Malvinas.

“Hubiéramos preferido que se dejaran los campos minados tal cual. Están claramente demarcados y cercados. Ningún civil ha resultado nunca herido”, explica.

“Le decimos al gobierno británico que no gaste el dinero en esto, que lo haga en un país que necesite limpiar su tierra agrícola de minas”, añade.

“Desafortunadamente, el gobierno de Reino Unido firmó la convención de Ottawa, lo que los obliga a hacerlo”.

El Tratado de Ottawa o la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales se firmó en 1997, entre otros por Reino Unido. Y además de vedar la adquisición, la producción, el almacenamiento y la utilización de minas antipersonales, obliga a sus firmantes a retirar éstas de los territorios que están bajo su control.

Por lo tanto, piensen lo que piensen los lugareños -y los pingüinos- sobre ello, las minas deben retirarse.

Desde 2009 el gobierno británico ha gastado decenas de millones de libras para desminar las islas.

Guy Marot, de la Oficina del Programa de Desminado de las Malvinas, supervisa un equipo formado mayoritariamente por técnicos zimbabuenses, muy apreciados por su gran experiencia en limpiar los terrenos de su país de estos explosivos.

En un páramo, luchando contra el viento y la lluvia, está el especialista en desminado Innocent Mudzamiri.

Tumbado sobre el terreno pantanoso y equipado con ropa protectora y una visera, explica en qué consiste su labor mientras limpia con cuidado un artilugio que podría hacerle saltar por los aires. “Simplemente hay que tener cuidado. Lo tienes que hacer con suavidad, para no alterar la bomba”, dice.

“Y tienes que tener la mente clara, no pensar en la familia o en cualquier otra cosa, concentrarte”.

Mudzamiri y sus colegas ya han limpiado de minas más de siete millones de metros cuadrados de campo.

Pero ahora, en la quinta fase del programa de desminado, están revisando superficies delicadas desde el punto de vista medioambiental, como por ejemplo Bahía Yorke.

Su labor forma parte del proyecto que está desarrollando el gobierno de las islas para evaluar el posible impacto ambiental que tendría la eliminación de las minas, para medir sus riesgos y los posibles beneficios para la vida silvestre del lugar.

Y Bahía Yorke es una de las parcelas más complejas en ese sentido. Es que, en los 35 años posteriores al que fueron colocadas en las dunas blanquecinas, los explosivos han ido moviéndose con el viento y cambiando de forma.

Incluso con los gráficos de la guerra en mano, es imposible saber dónde se ubica hoy cada una de ellas. Podrían haberse desplazado a una gran distancio o estar enterradas a metros de profundidad. Así que los expertos se enfrentan a tener que excavar toda la playa, quizá con la ayuda de maquinaria armada, para tamizar toda la arena.

La idea sería hacerlo durante el invierno, cuando los pingüinos estén mar adentro. Pero mientras, su hábitat y el ecosistema entero quedarían destruidos. Algo a lo que tampoco ayudaría el turismo, clave para la economía local.

Y es que cada año llegan a las islas unos 50.000 visitantes, la mayoría a pasar el día y volver de noche a los cruceros con los que siguen después surcando las aguas de Sudamérica y la Antártida.
Fuente:BBC